terça-feira, 9 de abril de 2013

LA BEBIDA DEL PODER, RELATO AUTOBIOGRÁFICO DE LA EXPERIENCIA DE UN ESPAÑOL CON LA AYAHUASCA EN MAPIÁ, AMAZONIA BRASILEIRA, EN 1989, ÚLTIMO AÑO DE VIDA DEL PADRINO SEBASTIÃO MOTA DE MELO, FUNDADOR DEL SANTO DAIME,




LA BEBIDA DEL PODER 


Cuando uno consigue sacar su visión de la rutina,
la vida real se muestra a sí misma mucho más fantástica
que la más imaginativa de las ficciones.
                                          


-¡Ché!- gritaba el médico argentino, su voz totalmente embriagada por el espíritu de Marte- ¿Cómo voy a contar ésto a aquellas minas de Buenos Aires? ¡Es demasiado diferente, loco! ¡Nadie se lo creería!
-Pues claro que no... no hay referencias posibles para quien no haya conocido la Selva y la Ayahuasca... la gente "normal" vive en otro mundo allá afuera, casi en otro planeta... -pensé yo, mientras lo veía erguirse sobre el tronco del gigante vegetal abatido, desbrozando a machetazos las últimas ramas, con tal sensación de victoria en su rostro chorreante de negruzco sudor, que pareciera que lo que yacía a sus pies fuese un dragón feroz, sus siete cabezas decepadas, en vez de un grueso árbol de más de treinta metros de altura que dos días antes formaba parte de un pedazo virgen de floresta amazónica, casi impenetrable, de tan tupida.
Y que ahora más bien asemejábase a un campo de batalla, un infernal paisaje de devastación humeante y calcinada, donde sesenta hombres, tiznados como demonios, golpeábamos rítmicamente aún con nuestros machetes, haciendo picadillo los restos del gran bosque talado y quemado.
Después de dos jornadas entregados a aquel brutal trabajo, nos encontrábamos casi completamente agotados; casi, porque todavía éramos capaces de extraer imprevistas reservas de energía de nuestro arquetipo interno de guerreros animosos, envueltos como estábamos en el trance de la destrucción, borrachos de fuerza, de orgulloso poderío y de competitividad, salvajemente alegres por la hazaña realizada, sintiéndonos superhombres, sin recordar apenas que la razón de todo aquel despliegue de potencia muscular y de determinación, que el motivo de toda aquella épica gesta, no era sino una rutinaria operación agrícola de despeje de selva para que fuera posible sembrar habichuelas al voleo.
De regreso a Mapiá, las mujeres salían a recibir, cargadas con sus niños, a sus maridos e hijos mayores, y los abrazaban como a héroes que volviesen triunfantes de una batalla. Nos separamos, llenos de afectuosa camaradería viril, citándonos para reencontrarnos por la noche en el himnario, y cada uno fue dirigiéndose hacia su alojamiento.
Yo era un extranjero visitante, un gringo que no tenía a nadie que celebrara mi vuelta del trabajo, así que limpié y puse en su vaina de cuero mi preciado machete, cogí ropa limpia y caminé hasta la apartada casa de los maestros, por detrás de la cual bajaba el barranco a un riacho transparente bordeado de verdores, mi lugar de baño preferido.
Cuando estuve desnudo junto a la soleada orilla, con el cuerpo ardiéndome todavía de excitación, la sangre acelerada bajo la piel, se me vino de pronto encima el inmenso cansancio de la jornada y pensé que me iba a desmayar.
Me dejé caer sentado en la arena, sobre las piernas entrecruzadas, y permití que mi cuerpo se relajara, mientras contemplaba las frescas aguas con un agradecimiento anticipado que casi llegaba a la adoración.
De pronto me inundó el amor del espíritu del río a través del arquetipo interno de mi Ánima, y sentí la intensidad integral, cien por cien viva, de aquel momento, y también que estaba siendo convidado por La Vida a disfrutarlo a tope.
-Gracias, Señora... me acoja, me limpie, me acalme, me descanse...- musité con sensual devoción; y me entregué placenteramente a las aguas como a una dulce amante.
Cuando, un rato después, aún me dejaba mecer por la suave corriente, sintiéndome gozosamente disuelto en ella, percibí que había momentos en que aquel lugar me parecía el Cielo en la Tierra, y otros, un infierno, un manicomio, un absurdo fin del mundo del que jamás sería capaz de salir.
El Cielo era la maravilla de la floresta tropical envolviéndonos, aquel sol lujuriante que me incendiaba por dentro, el aire húmedo de la selva dorada respirándome, haciéndome comulgar por el aliento con todos los espíritus del agua y de los bosques.
El Cielo eran los cánticos en el Templo cuando, al anochecer, todas las energías se juntaban sincrónicamente y confluían en aquella saeta de marcial devoción, enfilada con puntería hacia nuestro Yo Colectivo más alto.
El Cielo era la esforzada armonía de las voces, la firmeza sinérgica de las filas de danzantes, expandiendo y expandiendo cada vez más su intensidad interna, sin concesiones al cansancio.
El Cielo era el mágico momento en que la vibración colectiva lograba remontarse hasta las alturas del Astral Superior y conectar, en las fronteras de lo sutil, con alguna supraentidad de paz y sabiduría, que se derramaba ,entonces, sobre nuestras mentes, como una lluvia de amadas bendiciones, de caricias espirituales, de abrazos íntimos y apasionados del Alma Cósmica al corazón humano.
...El Infierno era la férrea, compulsiva, disciplina jerárquica de aquella comunidad ruda, primitiva, prepotente, machista y fanática; la rivalidad entre los aspirantes a jefecillos, la competencia entre los hermanos a ver quien demostraba ser (o parecer) el más esforzado hijo del Padre; la rigidez y reaccionarismo de muchas costumbres trasnochadas; la inquisición continua; el desprecio a la cultura de aquellas gentes exaltadas por el sentimiento del Poder que habitaba sus pechos, del Conocimiento Evidente Mismo manifestándose en sus mentes.
El Infierno era la mentalidad extremista de los guerreros y guerreras, más firmes que amorosos, más preocupados por mortificarse y por pagar sus supuestas culpas pasadas que por corregirse, para luego perdonar y perdonarse, a fin de continuar viviendo en la armonía.
El Infierno era también la violencia, la rabia y la rebeldía que me provocaba el rugiente conflicto interno entre una parte de mí, que despreciaba todo aquello y me urgía a recuperar mi libertad viajera cuanto antes, y otra parte mía, que me pedía constancia y paciencia, ante la intuición de que ésta iba a ser la Gran Aventura y la Gran Enseñanza de mi vida.
El entorno era el Cielo. La Doctrina, los viejos Maestros, eran el Cielo, las miraciones dejaban entrever los Cielos. Pero el Infierno estaba, como siempre está, en la limitación, en la emocionalidad caótica , en el espíritu de comparación y en la soberbia ignorancia humana.





Aunque ya hacía un mes que estaba allí, me sentía apenas recién llegado. Pareciera que  tan sólo unos días antes me había despedido de mi compañera y de mis hijos en el aeropuerto de Brasilia, y, según veía elevarse en dirección a Colombia al avión que se llevaba con ellos a la mitad de mi ser, la otra mitad, desgarrada, se iba envolviendo en una profunda crisis.
      Y, sin embargo, todo aquello había sucedido ya hacía cuatro meses, los cuatro meses más rápidos de mi vida.
En el primero de ellos se dieron toda clase de condiciones para que yo dejara la comunidad donde había estado viviendo antes con mi familia. Estaba claramente rompiendo con todo el anterior ciclo de mi vida: Ni familia, ni amigos, ni comunidad, ni un hogar fijo.
 De nuevo, tras tantos años, solo conmigo mismo, un errante extranjero sin compromiso alguno. De nuevo, después de tantos años, caminante sin rumbo al borde de un vasto horizonte lleno de posibilidades.
  Y ya que estaba solo, y sin otra cosa que hacer, salvo contemplar el lentísimo fluir de mi tiempo, tan libre como vacío, aquel tiempo interminable que volvía a pertenecerme por entero, me dejé fluir en él y, en mi primer paso, me llegué hasta la ciudad de Goiania, en el centro del Brasil, donde moraba  aquel hombre feliz, lleno de Dios, que era Carlos Pacini.
...Por primera vez desde que conocía a Pacini, comencé a tomarme en serio el seguir efectivamente sus instrucciones: me centraba con consciencia en el tercer ojo, entre las cejas, rindiéndome al comando del Padre Interno sobre mi mente, mi cuerpo y sus acciones.
Obedecía las sugerencias del Hijo, que me llegaban desde el corazón en forma de espontáneas intuiciones cargadas de sentimiento fraternal, generoso y desapegado, y no permitía que las conveniencias de mi razón las manipularan ni modificaran posteriormente; con lo que facilitaba que lo mejor de mí saliese de mí.
También canalizaba tantricamente hacia lo alto la energía de la Madre, la fuerza vital generatriz de formas de mi sexo, sin desperdiciarla en derramamientos externos.
Vivía así en digna soledad y en meditación continua, atento y conectado como nunca antes; al tiempo que no paraba de trabajar ni de resolver mis necesidades cotidianas, sin preocuparme por alcanzar resultados ni objetivos, abierto y disponible para que aquello que fuese para yo hacer, pudiese manifestarse y realizarse.
...Y como Carlos Pacini había prometido, la Vida comenzó a actuar a través de mí en el mismo momento en que yo renuncié sinceramente a moldearla: el primer cuadro que conseguí pintar (sin permitirme pensar sobre lo que haría con él después de pintado), más que venderse, fue como si hubieran venido a quitármelo de las manos. Además, recibí del generoso comprador una gran cantidad de madera que le sobraba y, poco después, se me ofreció alojamiento, comida y un estudio junto a una piscina rodeada de jardín, sin otro interés que el de facilitarme el poder trabajar libremente, sin más móvil que el de la pura amistad y aprecio de una dama brasileira que me valoraba, una bella mujer, satisfecha y creativa, enamorada de su marido, madre de un amigo mío, corazón continental, como el de su país, que me rodeaba de la más noble hospitalidad y me animaba a sólo pintar, mientras ella cuidaba de su jardín y su esposo, todo un capitán de empresa, salía a sus batallas en la ciudad.
La florida finca de mi mecenas tenía por nombre uno de los que designan a la Madre Tierra Fecunda en Sánscrito, que era el arquetipo que mejor cuadraba a aquella mujer llena de amor, cuyas manos colmaban todo el verde entorno de belleza.
Se manifestó así, con ella como canal, la mejor oportunidad para que yo pudiera dejar fructificar comodamente todo cuanto se había ido acumulando en mi experiencia, tras cinco años de peregrinar los Caminos Mágicos de la América del Sur. Viví allí dos meses de absoluta efervescencia creativa: Después de una semana preparando bastidores con la madera regalada y tensando e imprimando lienzos, me puse a pintar día y noche con el alivio con que una madre inminente llega por fin a la sala de partos.
Antes de otra semana de trabajo, mi tercer ojo rebullía igual que una caldera a presión, la inspiración fluía y fluía como una catarata de imágenes que mi mano no se cansaba de esbozar sobre las telas en enérgicas y sueltas pinceladas. Tan fuerte era el sentimiento de comunicación con mi Maestro Interno, tan continuo el fluir, que a veces tenía que dejar los pinceles y marcharme a pasear por las praderas y bosques vecinos para evitar que la cabeza me estallara.
Una altísima alegría y una integración con todo mi entorno me embriagaba, haciéndome flotar. Salía de pronto en medio de la noche a contemplar la Cruz del Sur coronando a la ciudad de Goiania, en su extenso valle reclinada, para seguir después pintando o dibujando en mi cuarto. Dormía muy poco y mis sueños eran también inspiración continua, absolutamente conscientes, recordables y llenos de aprendizajes.
A pesar de dormir tan poco, me sentía lleno de salud y energía, sin el menor asomo de cansancio ni preocupación alguna, renovado y super-feliz.
Pinté, en aquel mes, más que en toda mi vida: una enorme cantidad de cuadros, pequeños, medianos y hasta tan grandes que en un coche no cabrían; Permitía que mi interior se exteriorizase totalmente libre y despreocupado del seguimiento o no de las tendencias y modas de la época.
Ya que la Abstracción, una vez pasadas a la Historia, en los años sesenta, sus últimas vanguardias innovadoras de indiscutible valor, había acabado por imponer su dictadura como un nuevo academicismo limitante y exclusivista, formal hasta la médula, egocéntrico, etiquetador, narcisista y generalmente tan vacío y tan disperso como suele estar el hombre sensible inmerso en la cultura o la contracultura del sistema; totalmente divorciado de la atención y del gusto convencionalizado del pueblo; lleno de tantos tabúes mentales para iniciados como de pura confusión arrogante; todo esto, al tiempo que aún se jactaba de una falsa aureola de rebeldía libertaria y original... igual que hacían los gobiernos de izquierdas en Europa, por fin llegados al poder, tras larga lucha, y rapidamente integrados, domesticados y corrompidos por su contacto.
La abstracción academizada, integrada y archirepetida me parecía un buen reflejo de la decadencia hueca y del callejón sin salida al que había llegado el Materialismo de la Era Industrial, ahora melancólicamente gangrenado por el desencanto de la revolucionaria utopía social marxista, por una parte, tanto como por el descrédito de la teoría del progreso salvador capitalista por otra (ya tan desprovisto de enemigo como de justificación)... dos cloacas igual de fétidas que desembocaban en el pantano del contaminado y decadente pasotismo postmoderno en el que el mundo viejo se hundía lentamente entre náuseas...
...Así que, sin el menor interés por la programación cultural reinante y sin desear seguir a otro modelo ni lenguaje que los que manasen espontaneamente de mi corazón, me volqué a una pintura atemporal y simbólica, filtrando las vibraciones de mi vivencia de aquel momento y lugar, en la que composiciones figurativas de tema alquímico eran realzadas y a veces iluminadas o veladas por el vibrante multidimensionalismo plástico desarrollado en mi propia caminada abstracta anterior.
Cantaba en mis cuadros la magia de la Vida descubierta en aquel País de la Magia que el Brasil era y en todas mis experiencias interiores. Mis colores eran los tonos lujuriosos del jardín tropical de Ivonne... Pintaba y pintaba y aún tenía tiempo para compartir la bella amistad de la familia que me hospedaba, además de asistir, dos noches por semana, a las reuniones que los discípulos de Pacini organizaban particularmente en sus casas.
Podía ahora comprender a aquellas personas que pasaban el día haciendo el amor con la Vida, locas de pasión por su Divinidad Interna, iluminadas por el sentimiento o presentimiento de su Yo Auténtico[*], verdaderamente expandidas por el Amor más allá de sus anteriores límites... a pesar de que un par de meses antes me habían parecido, simplemente, buscadores ingenuos autosugestionados por su propio afán egocéntrico de transcender.
Salía de aquellas reuniones recargado por la amorosisíma energía de Pacini que impregnaba la atmósfera, aunque raras veces se presentase allí personalmente, para evitar, comentábamos, la creación de dependencias; ya que él no dejaba de repetirnos que el Unico Maestro Real era el Cristo, La Segunda Persona del Ser Total, que eternamente reside en el corazón de cada hombre o mujer del planeta. Y a Él nos remitía, animándonos a no dejar que la comunicación con el Íntimo se cortase, por andar buscando fuera lo que ha estado en nuestro centro vital desde siempre.
- Dios es la Vida, -nos decía- no es una cuestión de tener ni de saber, sino de ser: se tú mismo, se la Vida; y sentirás a Dios en todo tu ser.

En mi segundo mes en la finca "Shavastia", dejé, de repente, de pintar, renunciando a dar acabamiento a mis numerosísimos cuadros esbozados, para volcarme a una nueva actividad: escribir. Y la misma efervescencia creativa llenó centenares de páginas, en las que, sin otro estilo literario que la espontaneidad, sin corregir, en un Galaico-Portuñol[†] que sólo yo podía entender y con una cierta urgencia exaltada, daba salida a todo lo que mi corazón había comprendido sobre la belleza y la sabiduría de la Vida y a todo el agradecimiento que sentía hacia aquel Amigo (no le gustaba que le llamásemos Maestro), que con un abrazo fraternal y su maravillosa locura de amor obrara la magia en mí, como en tantos otros, de que todo lo que hasta entonces no fueran sino eruditas informaciones inútiles en mi cabeza, cobrasen sentido de pronto, al sintetizarse y elevarse en dirección a mi propio Yo Superior redescubierto.
Al final del segundo mes, plazo límite discreto para seguir gozando de una hospitalidad, por señorial que sea, mi inspiración continuaba, pero ya demasiado ardiente y acelerada como para poder sublimarse en cuadros o escritos: el Caminar me llamaba.
Justo en ese momento cayeron en mis manos unas fotografías del satélite Landstat, el cual, orbitando en torno del planeta, había revelado, con la ayuda de rayos infrarrojos, la existencia de una alineación de formas piramidales bastante grandes bajo las copas de los árboles en la selva virgen fronteriza entre Brasil y Perú, allá donde la Amazonia es más tupida y más salvaje.
La información añadía que la selva ya se tragara dos expediciones bien equipadas procedentes de Norteamérica, que jamás regresaron. Se relacionaban las supuestas pirámides con la leyenda de la ciudad subterránea de Akakor [‡], sobre la que yo llevaba algún tiempo reuniendo notas, aunque también se daban datos de otras investigaciones, que parecían demostrar la falsedad de tal leyenda.





MAPA DE LA AMAZONIA

TEXTO AL PIÉ:

"LA VIDA ES UNA PEREGRINACIÓN EN BUSCA DE LA PROPIA AUTOREALIZACIÓN. EL CORAZÓN SABE A DONDE VA. TÚ PUEDES VAGAR AL AZAR, ESTANCARTE, O EMPEÑARTE EN SEGUIR UN CAMINO AJENO A TÍ"
"MAS, POR POCO QUE TE PONGAS A CAMINAR INVOCANDO SINCERAMENTE LA GUÍA DE TU CORAZÓN, DIRIJAS A DONDE DIRIJAS TUS PASOS, ÉL SIEMPRE TE CONDUCIRÁ HACIA EL ENCUENTRO CON LO MÁS ALTO DE TÍ MISMO."





El caso es que, desde que yo entrara en el Brasil, hacía ya más de cuatro años, aquellas soledades inexploradas del corazón de la selva me atrajeron desde el mapa con obsesionante fuerza y habían hecho prender en mí la fiebre de la búsqueda de la Ciudad Perdida, que fascinó a tantos europeos y norteamericanos, resucitando en nosotros quien sabe que lejanos arquetipos subconscientes.
 No me interesaban supuestos tesoros fabulosos, como a otros ingenuos más "realistas", ni hallazgos de restos arqueológicos en ruinas; pero tenía el presentimiento de que, si en este mundo existía una Ciudad de Sabios, un Shamballa o un Agharti, ésta debería encontrarse en un lugar apartado de la locura de la Sociedad de Consumo, que vampiriza y degrada cualquier talento.
 - Seguramente –pensaba yo- se tratará de una comunidad que permanece bien oculta trás el telón verde de la selva virgen, en la que un grupo de   selectos genios se dedican a preparar, quizás, un modelo de nueva sociedad, así como también a un disciplinado equipo de discípulos misioneros, capaces de proyectar después hacia el mundo, constructivamente, ese Modelo Ideal, que inspirará los tiempos innaugurales de Acuarius.
 Aunque, desde una perspectiva occidental y urbana mis pensamientos puedan parecer hoy absolutamente disparatados, eran hijos de la embriaguez producida en mi mentalidad europea por su inmersión en aquel interminable océano de naturaleza virgen y en el misterio insondable de la jungla, un misterio tan patente, que   muchos perdieron la cabeza, por él fascinados.
Por otra parte, la Amazonia está plagada de mitos acerca de túneles que conducen a ciudades subterráneas o a colonias espirituales o extraterrestres. De forma parecida había oído hablar antes, en el Perú, del "Monasterio de los Andes", cuya Puerta de Luz sólo aparecía ante la vista del peregrino -se decía- cuando éste se encontraba en el estado de sensibilidad adecuado.
Dos años antes, tras ahorrar dinero suficiente pintando retratos durante la temporada veraniega, había dejado a mi familia en la seguridad de la bella isla de Mosqueiro, cerca de la desembocadura del Amazonas en el Atlántico; y, siguiendo mi impulso innato de explorador, atravesé varios estados más grandes que muchos países europeos, hasta llegar al selvático Mato Grosso, donde comenzaba el Far West brasileño.
En Nobres, me uní a una expedición de garimpeiros (buscadores de oro), verdaderos conquistadores armados hasta los dientes, con las peores cataduras que uno se podría imaginar y extremadamente rudos, pero excelentes camaradas capaces de todo. Con ellos crucé media Amazonia de Sur a Norte, por algo que en los mapas brasileiros figuraba como Pista Transamazónica, pero que en realidad sólo era una torrentera semiinundada, en la que muchas más veces nosotros tuvimos, casi, que cargar con nuestro vehículo, que él con nosotros. Yo esperaba, sin confidenciárselo a mis compañeros, que, en algún momento, mi intuición, al igual que me había llevado hasta la mujer de mi vida en la Selva del Fin del Mundo, al otro lado de los océanos, también sería capaz de conducirme ahora a la secreta Ciudad de los Sabios Ocultos, que desde mis sueños más locos me llamaba.
Pero no estaba entonces preparado, o la compañía o la ruta no eran adecuadas y, cuando conseguimos llegar por fin a Santarém, al borde del Gran Río, cansados, rotos, reventados, picados por mil bichos, hambrientos, habiendo incluso perdido nuestro vehículo, que derrapó en la noche y quedó colgado de un barranco casi hacia el fin del viaje... hice balance de mis logros y me di cuenta de que únicamente había conseguido pasar ante millones de entrelazados árboles, al borde de devastaciones calcinadas que, en todo lugar donde el ser "civilizado" lograra llegar, señalaban su presencia y su estilo.
En mi regreso a Mosqueiro por "la Cobra Grande" (es decir, río Amazonas abajo), me prometí que nunca jamás me volvería a lanzar tan ciegamente a una aventura exterior; y durante los dos años siguientes me había mantenido coqueteando prudentemente con la floresta, pero sin adentrarme demasiado en ella. A pesar de lo cual un día, mi compañera y yo nos perdimos durante toda una jornada en la Mata Atlántica, no demasiado lejos de una ciudad. Como no teníamos machetes, era un calvario avanzar u orientarse, pero tuvimos la fortuna de encontrar un riacho y nos metimos en él hasta la cintura para avanzar aguas abajo -confiando en que acabara desembocando en el mar-, hasta que finalmente divisamos en una orilla un sendero de cazador que, tras mucho caminar, nos condujo a su acechadero selva adentro; y luego, reculando y atravesando de nuevo el río, a la salida del agobiante marañal cuando ya estaba comenzando a caer la noche.
Quien no ha estado en la Sudamérica Tropical no puede imaginar lo que es un bosque; en Europa ya no hay naturaleza libre; como mucho, algunos parques bien domesticados, que ni siquiera con todo el cacareado control y medios técnicos de los estados modernos se salvan de ser arrasados por las llamas cada tres veranos.
Así pues, yo estaba escarmentado y prevenido. Sin embargo ahora, mi vibración era otra: había pasado dos meses dejando que mis intuiciones me guiasen sin trabas, y ellas sólo me condujeron a la creatividad, el amor, el conocimiento y la felicidad; estaba solo y bastante separado de mi familia, me sentía libre y lleno de fuerza. Todo mi anhelo interior era reemprender la búsqueda de la soñada Ciudad de los Sabios Ocultos.
Estuve a punto de ir a molestar a Carlos Pacini a su casa, para pedirle consejo sobre mi anhelo, pero por la experiencia de otras veces en que le preguntara cosas semejantes, ya sabía lo que me diría:
- No hay nada que buscar fuera de uno mismo, pero si uno siente verdaderamente ganas de hacer algo y ese algo no contraría su ética personal ni perjudica a nadie, es que es para intentar hacerlo, o quedarse frustrado por no haber intentado hacerlo.
Así que no lo pensé más y lo hice.





Me despedí de Ivonne como de una madre querida -la madre de mis cuadros- y crucé, sin más que una mochila, el continental Brasil en autobús hasta el estado de Acre y hasta Rio Branco, la última capital civilizada cerca de las puertas de la selva. Allí, sólo por pura curiosidad de antiguo comunitario, fuí a visitar una comunidad, a la que llamaban Colonia Cinco Mil, perteneciente a una tal Iglesia del Santo Daime, de la que no tenía más que vagas referencias.
Aquella misma noche fuí iniciado, por el chamán Chico Correntes, en el ritual de la ingestión de Ayahuasca.
Dos semanas mas tarde, muerto y resucitado tras haber pasado fortísimas experiencias en la Colonia Cinco Mil, en Anhangás, la frontera de la selva, y en el cercano Boca de Acre... (donde apareció inesperadamente mi iniciador, después de haber recorrido, en un viaje de cinco horas, la última pista de tierra que conducía sobre ruedas a algún lugar en el Brasil, para llegar justo a tiempo de someter a mi demonio interior más fuerte y de hacerme revivir recuerdos de antevidas)... embarqué en una canoa a motor y, cuando amaneció, me encontraba surcando las aguas barrosas del gran río Purús, afluente del Amazonas, junto a otros siete visitantes y guerreros del Daime, yendo al encuentro de la Ciudad de los Sabios Ocultos en el interior de la floresta...
Naturalmente, para entonces, yo ya ni pensaba en perder ni mi tiempo ni mis energías buscando algo tan poco importante como supuestas antiguas pirámides escondidas bajo la selva.





“O vento sopra
O vento vai buscar
O vento sabe
A onde encontrar”

Fragmento de un himno del Santo Daime (Regina)

Al segundo día de navegación subíamos el igarapé Mapiá, un afluente o canal del Purús que se adentraba en la esponjosa floresta profunda. Las aguas, teñidas de barro rojizo, hacían un espléndido contraste con la variada gama de verdes infinitos bajo la luz dorada de la jungla. Desde las enmarañadas orillas saltaban suavemente al agua, anticipándose a nuestro paso, los caimanes jacarés, y se quedaban acechándonos, con sólo los periscopios de sus ojillos siniestros asomando sobre la superficie. Bandadas de garzas, flamencos, ruidosas araras o periquitos, alzaban el vuelo al oir nuestro motor, que acallaba por un momento el concierto selvático. Docenas de mariposas multicolores danzaban revoloteando en espiral sobre la arena, al borde del río, como prendidas a un hilo de sol entre los gigantescos arboles filtrado.
Navegar en canoa por el igarapé suponía un continuo ejercicio de atención: si uno no estaba atento corría el peligro de golpearse con cualquier rama o liana que surgía en cualquier momento,   proyectándose desde la orilla hacia el centro del río, o de chocar contra cualquier tronco flotante, o apenas semisumergido bajo la superficie.
Incontables veces tuvimos que meter el cuerpo en aquellas aguas, sospechosas de ocultar pirañas, jacarés o enormes cobras giboias (anacondas), para desencallar la embarcación de los bajíos de arena, o para librarla de los peñascos, troncos o lianas que interrumpían el paso. A veces teníamos que parar a cortarlos con nuestras hachas y machetes, y otras, los obstáculos eran tan gruesos que había que tirar entre todos de la pesada embarcación, rebosante de equipaje, para pasarla por encima.
Aunque de vez en cuando se desencadenaba una corta lluvia torrencial que nos empapaba totalmente, enseguida volvía a lucir el sol entre las nubes límpidas de aquel cielo esplendoroso y nos secábamos. La belleza de la selva y el regusto de la aventura nos calentaba el alma y surgió una hermosa camaradería entre algunos de nosotros.
Por fin, fuimos llegando a Mapiá, la comunidad principal del Pueblo de Juramidán en el corazón de la floresta. Sentimos su proximidad porque nos cruzábamos con otras canoas cargadas de gentes sonrientes que nos saludaban haciendo el expresivo signo de "tudo bem" con los dedos; y también, algo más adelante, con muchos niños preciosos de ojos enormes y de todas las razas, que jugaban chapoteando y bromeando en las orillas y que nadaban alegremente hacia nosotros cuando pasábamos.
Y lo primero que ví de aquel lugar increíble, elevado sobre las altas riberas embarrancadas, fué un largo puente de madera que cruzaba el río a nuestro frente, como un arco de bienvenida y, en su arranque... dos grandes pirámides, que brillaban doradas por el sol poniente: eran los tejados de la casona familiar del Padrino Sebastián.





Comenzaré a explicar aquí algunas cosas sobre el Pueblo de Juramidán, el Santo Daime y el Padrino Sebastián: el Daime, Ayahuasca, Yajé, Kamarampi o Pildé, es una bebida de poder, complejamente elaborada por la unión alquímica de una liana machacada, que da fuerza, y las hojas de un arbusto de la selva, que da lucidez; son plantas sagradas de uso chamánico que casi todas las tribus de caboclos, o indios amazónicos, utilizan desde tiempo inmemorial (los arqueólogos han encontrado sus restos en enterramientos que fueron datados con una antiguedad de más de cinco mil años)... y que han acabado por pasar a los mestizos, sincretizándose los rituales indígenas con una mezcla del rudo catolicismo de los caucheros, más los cultos y prácticas espiritistas afrobrasileiros.
En el primer cuarto del siglo xx, un siringueiro mulato de casi dos metros de altura, Irineu Serra, que extraía látex (siringa) en una colocación situada en las fronteras selváticas de Brasil con el Perú y Bolivia, fué llevado a participar en un ritual de ingestión de Ayahuasca que unos indios Katios estaban preparando en una maloca al borde del Manuripe, un igarapé en los altos del río Tahuamano. Irineu dijo que si aquello era una cosa buena, con gusto la llevaría a su gente.
Cuando la bebida de poder hizo su efecto, Irineu -según dice uno de sus himnos- vió venir hacia él por el río del Astral una canoa resplandeciente, y sobre ella una señora, majestuosa en su serenidad, que lo invitó a subir y le preguntó quien creía que ella era.
Irineu, deslumbrado, respondió: - Yo creo que la señora debe ser una diosa universal...
- Ella sonrió y le dijo: - ¿Tú crees que esos indios me están viendo como tú me ves? - y ante su asentimiento, ella prosiguió: - Pues no me ven igual que tú; Yo soy la Energía de La Vida, el Espíritu de la Selva... estoy dentro de tí y dentro de todo, porque soy la fuerza de Transformación misma; Soy la Eterna Energía que toma todas las formas, y la forma con que cada ser puede captarme depende del condicionamiento cultural que hay en su cabeza; Esos indios me ven como un águila, una serpiente o un jaguar, sus tótems; o como los duendes de la selva en los que creen; y tú me has vestido en tu mente como a una virgen o una reina cristiana... Pero poco importa eso -sonrió- ...lo que importa es si tú quieres encargarte de transmitir este Poder de Percibir Lo Esencial a tus hermanos, a fin de ayudar al progreso de sus espíritus.
Irineu, en éxtasis total, lo prometió. Poco después marcharía a lugares más poblados, donde comenzó a unir espiritismo cristiano con ingestión sacramental de Ayahuasca, concentrándose fundamentalmente en un trabajo de cura tan desinteresado, eficaz e impecable que le sirvió como escudo de prestigio contra aquellos murmuradores que sólo querían ver en él a un negrón macumbero.
En el conjunto de himnos que fue recibiendo a lo largo de su vida, denominado "O Cruzeiro", se contiene el mensaje esencial de La Virgen. Algún tiempo después de su encuentro con Ella, tras muchas vueltas y aventuras, acabó fundando su Iglesia en una colonia de las afueras de Rio Branco, de la que, a su muerte, derivaron la del Alto Santo, la de Luis Mendes, la del Santo Daime y muchas otras agrupaciones menores, de un carácter o de otro según el temperamento de sus discípulos. [§]
Uno de ellos era Sebastián Mota de Melo, nacido en 1920 en el valle amazónico de Juruá, canoero, padre de familia, medium sanador, Maestro analfabeto, profeta y líder. Le habían llevado un día ante Irineu Serra tumbado en una carreta, con el hígado destrozado por un tumor maligno. Estaba desahuciado por los médicos y casi muriéndose. Una sola sesión de Daime, una operación en el Astral, y fue como si le hubiesen implantado un nuevo órgano.
A la muerte de su maestro curador, el Padrino Sebastián tuvo carisma suficiente para reunir alrededor de sí a un movimiento de más de trescientas personas, en su mayoría siringueiros, que creyeron en él y accedieron a seguirle selva adentro para fundar una nación: el Pueblo de Juramidán
 Lo que significa, en lenguaje indígena o espírita, “El Pueblo de los hombres y mujeres que buscarían armonizar, dentro de sí mismos, a los Logos Padre e Hijo sintetizados, (el hombre espiritual, Midán, o sea, cada uno de nosotros, despierto a la percepción de su-nuestra eterna Unidad con su-nuestra Divina Esencia, Jura)” ...Y esto lo podrían conseguir, siguiendo las instrucciones del Tercer Logos: el Logos Madre, La Reina de la Floresta.
El Padrino comenzó por dar carácter a su propia Iglesia y Comunidad en la Colonia Cinco Mil, una gran finca en las afueras de Rio Branco; pero aquello estaba todavía demasiado cerca del sistema y de sus cantos de sirena.
 Así que una mañana cualquiera, poniendo en práctica un viejo sueño del Maestro Irineu y obedeciendo a su propia Voz Interior (que un día dio respuesta a su ofrecimiento de rendición total al Espíritu para que hiciera con él lo que quisiera), Sebastián Mota y su gente tuvieron la decisión y el valor de abandonar todas sus seguridades anteriores, reunieron en un fondo común sus bienes transportables, igual que los primeros cristianos, y se arrojaron a su prueba de fuego en Rio de Oro, una zona de jungla pantanosa suficientemente apartada como para facilitarles un ambiente propicio para vivir conforme a la doctrina del Santo Daime.
 Lo cual quería decir: pasar por esta vida como por una escuela de transformación interna del espíritu, dentro de un laboratorio de unidad fraternal, la comunidad, alejados de las perniciosas interferencias y distracciones del "Mundo de Ilusión" y aprendiendo intimamente de dos grandes profesores: el poderoso Espíritu de la Ayahuasca, Maestro Juramidán, y la Santa Virgen Naturaleza...
La zona estaba infestada de mosquitos transmisores de la malaria; yo la padecí en la selva del Chocó, en Colombia, y estuve siete días agonizando, intermitentemente incendiado o congelado por fiebres altísimas, alucinado durante la mayor parte del proceso y sintiendo dolor en cada músculo del cuerpo; y sólo me salvó una potente medicación tomada a tiempo y la amorosa ayuda de quien más tarde sería mi esposa y mi mayor Maestra de Vida. Así que puedo comprender muy bien como, al cabo de dos años y de muchas malarias, luego de haberse autoseleccionado y cribado mucho el pueblo del Padrino, decidieran con la mayor fe y entereza abandonar una vez más todo lo construído y trasladarse, en Abril de 1983, a otra lejana zona de selva virgen, menos fértil pero más sana, que bautizaron con el nombre de El Cielo de Mapiá.
...Ya que lo que habían pasado en Rio de Oro fué, en cierto modo, un descenso a los infiernos; una prueba durísima, pero que cimentó totalmente la firmeza de la consciencia del YO SOY de Sebastián Mota, tras su iniciático encuentro definitivo con el Guardián del Umbral, y la consolidación de la confianza de sus valerosos camaradas en él y en ellos mismos, como individuos y como comunidad, lo que cuenta muy bien Alex Polari de Alverga en su muy valioso libro "Ayahuasca"[**], donde se relatan los primeros tiempos del Pueblo de Juramidán. Yo me centraré en el testimonio de mi propia experiencia vivencial en los años 1989-90.
En el corazón de la floresta, cuando yo conocí Mapiá -un bello conjunto de casas artesanales de madera, esparcidas entre colinas y bosques, cruzada por la confluencia de dos pequeños ríos navegables y abrazada por el interminable océano de la jungla-, el Pueblo de Juramidán pasaba el día entregado a las actividades normales de una aldea amazónica: un titánico esfuerzo por extraer de la selva los recursos indispensables para la supervivencia alimenticia, habitación y vestido, además de un excedente con el que comprar las preciadas herramientas, armas y combustibles de la ciudad remota.
Pero eso era sólo la estructura material, bastante precaria, puesta al servicio de su interés primordial, que consistía fundamentalmente, por lo menos para los veteranos seguidores del Padrino, en la obtención de la salud integral, la del cuerpo y la del alma, y en el mantenimiento de la vida espiritual de la comunidad.





Una comunidad, sobre todo si está relativamente aislada y en la naturaleza, es, en sí misma, un poderosísimo instrumento de crecimiento interior y exterior para sus miembros. Luego que hemos sido capaces de armonizarnos minimamente con nosotros mismos, y después con nuestra pareja y con nuestra familia de sangre, el logro de una convivencia cotidiana constructiva y armónica con un grupo de seres humanos que comparten un objetivo común, es la natural tercera etapa-escuela siguiente en nuestro camino evolutivo, justo antes de que llegue la cuarta, la del amor de aceptación plena a la Humanidad Universal, sin importarnos como sea cada hermano, sin juzgar; aquella que constituirá nuestro último curso vital de armonización integral con El Todo que somos...
Esta Tercera Etapa de la Escuela Evolutiva, la que intenta conseguir una convivencia grupal en verdadera fraternidad, inspiraba el sentido de la fundación medieval de monasterios durante la Edad Media. Para lograrla, los monjes renunciaban al discurso del siglo y al mundo, se recluían, juraban castidad y obediencia y se sometían humildemente a una severa Orden y al mando incuestionable de la comunidad sobre el ego individual, mando que asumía un prior venerable o una abadesa.
  . Pero en la Era de Acuarius el monasterio no es excluyente, admite a familias enteras con sus niños, tiene como modelo ancestral a la vieja tribu indígena y se inspira localmente para luego proyectarse globalmente, sabiendo que nuestra verdadera comunidad es el Planeta Todo... y aún Más Allá.
En oposición complementaria al tipo de espiritualismo místico que abomina de la materia, vive pendiente del espíritu y "muere porque no muere" - que es la vía del monje-, el ideal espiritualista comunitario cree en la posibilidad de construir el Reino de Dios sobre la Tierra, o la sociedad ideal a la que todo humano aspira en su corazón... o, al menos, en que hacer el intento de conseguirlo es, en sí, una gran escuela de crecimiento interior.
Esta es la vía del Guerrero o de la Amazona de Luz. Se llama así porque supone un duro combate para el que hay que prepararse muy bien; personalidades muy fuertes van a tener que convivir juntas en un esfuerzo constructivo en el que lo que se está edificando es más la armonía espiritual de los hermanos y hermanas comunitarios que un pueblo de madera o ladrillo o que una organización social... aunque ésto también haya de hacerse, y con la mayor perfección y unanimidad posible. También es llamada la Vía del Filo de la Navaja, porque sólo se puede recorrer comprometiéndose el guerrero o la guerrera, ante Sí Mismos y su Sendero Eterno, a convertirse en maestros del equilibrio interior y exterior.
Tarde o temprano, los egos que se han ido acumulando en nosotros afloran y chocan, surgen desacuerdos y disputas y luchas de poder, se forman bloques enfrentados, hay retiradas, salidas, división, cismas, pleitos... todo ello adobado por desconfianza o competencia en relación a los demás, autoritarismo de algunos y rebeldía de otros, ahondamiento de diferencias entre "disciplinados" y "libertarios", o entre "constructores prácticos de un mundo mejor" y "relajados meditadores sólo centrados en lo sutil";
Estos disentimientos, frontales o soterrados, comienzan como sana crítica constructiva... pero pueden derivar facilmente en mezquino chismorreo disgregador, calumnias, enemistad directa... hasta que tal vez llega un momento en que la lucha temporal casi hace perder de vista totalmente el objetivo espiritual.
En fin, estamos hablando de todas las insuficiencias de amor y tolerancia, y hasta de elemental sensatez, que caracterizan la vida social inconsciente y vulgar. Sólo que los comunitarios espiritualistas tienen que saber, previamente, que todas esas tensiones y fricciones son parte normal del proceso, las cáscaras del huevo que hay que romper para renacer, como diría Sebastián Mota, y que si se han reunido es para enfrentarlas como guerreros y para conocerse en el espejo de los demás y transmutarse, hasta superarlas como sinceros y humildes aprendices de hombres-dioses, intentando, durante la aventura, no perder la unidad, ni la amorosa armonía interior ni la consciencia... Unicamente los ingenuos se imaginan la comunidad como una utópica luna de miel de amiguetes amartelados, toda rosas sin espinas.
Yo ya había pasado por algunos tipos de experiencias comunitarias, sobre todo mi estancia de dos años y medio en la Fraterunidade do Vale Dourado, en Pirinópolis, Goiás, donde tuve el privilegio de convivir, en un bello santuario natural, con una hornada de comunitarios que era gente de lo mejor que conocí en el Brasil; pero aún estaba muy verde mi individualismo, muy duras y rebeldes a la entrega las resistencias de mi ego a la confianza en los demás y a la confianza en mí mismo, y muy fuerte mi sentido crítico que no paraba de juzgar y juzgar.
Por tanto, necesité vivir la experiencia de otra comunidad que, como la del Daime, dispusiera de recursos poderosísimos de disciplina interna y externa, para hacerme comenzar a percibir que la libertad individual sólo se realiza en plenitud cuando se compromete libremente a rendirse, a no dudar ni criticar más y a ponerse humildemente al servicio de algo que es mucho mayor que ella: el Plan Cósmico de Solidaridad Mutua... o, mejor, usemos su nombre más sencillo y conocido: EL AMOR.
Así como el Maestro Irineu había tratado de poner el amor en acción, uniendo a sus discípulos en continuos "mutirones", o sea, grupos de trabajo cooperativo y solidario, el Padrino dió el paso hacia una unión más íntima y comprometida: la comunidad.
 Y lo dió de una manera radical: colectivización igualitaria de todos los bienes disponibles y enorme apartamiento, para facilitar la creación, sin demasiadas tentaciones, de un ambiente limpio donde el espíritu pudiese desarrollarse, a base de colaborar fraternalmente en la construcción de la Nueva Jerusalén. Además de auto-conocerse cada uno en el espejo del grupo; de quemar karma con la Bebida de Poder y con el trabajo físico duro; de purificarse, envueltos en las energías naturales más potentes del planeta y, sobre todo, de mantener la cabeza y las emociones alejadas del discurso dominante en aquel mundo viejo dominado por el pesimismo, el desánimo, el egoísmo y el morbo... es decir, por el "Correo de las Malas Noticias", tal como el Padrino le llamaba, principal programa mental, individual y colectivo, constructor y sustentador de las formas-pensamiento demoníacas que encadenan a la Humanidad a unos hábitos que sólo a su degradación y a su suicidio conducen.


PARA CONTINUAR EL RELATO, CLIQUE ABAJO, EN "Postagens mais antigas"


Para encontrar un ambiente más puro en el cual desarrollar su semilla de futuro, los seguidores del Padrino se adentraron valerosamente en la Selva Virgen, donde tendrían que construir -tarea de gigantes- la Tierra Prometida a partir de cero... tenían la voluntad sin límite alguno de los hombres y mujeres del mato, pero también los defectos básicos del sistema humano iban con ellos o surgieron en sus hijos. Desde sus primeras experiencias de líder y profeta, Sebastián Mota sabía que la Verdad sólo se construye a base de valorizar y de confiar, tanto en uno mismo como en los demás... cuidando mucho de no soltarse de la mano protectora y de la ayuda de la Consciencia Rectora del Cosmos, y de escuchar bien su sabiduría dentro de cada uno de nosotros.
Sabía que era imposible progresar unidos sin eliminar las dudas, la competitividad maledicente y la desconfianza de nuestro entorno... Los demás soy yo, el entorno soy yo, La Vida soy yo; la menor de las dudas sobre ésto me separa de mí mismo, de mis potencialidades y de mi coherencia. Si Yo soy, en Esencia, El Todo, debo confiar en la Chispa Divina presente en la Esencia de Todo, sin debilidades ni límites...
No dudaba de que era la verdadera Fe y el verdadero Amor en acción lo que la creación del Nuevo Mundo necesita, en lugar de quedarse esperando a que caigan soluciones sobrenaturales del cielo, ya gratuitamente o ya provocadas por nuestra devota adulación a Dios, a los Santos, a los ángeles o a los extraterrestres.
 Aunque el Padrino estaba seguro de que si todas esas entidades existían, formaban parte del Todo, dentro y fuera de nosotros mismos... y que haciéndonos uno con el Todo y obrando correctamente a partir de esa Autoconfianza no egocéntrica, altruista y amorosa, lograríamos que aquellas fuerzas se hicieran una con nosotros mismos conscientemente, y sólo así podríamos contar con su poderosa ayuda.
Lo cual, además, supondría la manifestación de Dios en un pueblo entero, con lo que ese pueblo se haría invencible y digno canal de la plasmación del Mundo Nuevo sobre este Plano.
...Porque el Padrino era, también, un apocalíptico. Por revelaciones de su Maestro y por sus propias visiones (al igual que, quinientos años antes, los sacerdotes aztecas e incas habían visto en trance de peyote o ayahuasca el "Final de sus Tiempos"), esperaba para el fin del Segundo Milenio la autoliquidación del Sistema Actual, y para el 2014 la instauración de un Nuevo Mundo Posible más consciente, gracias al contacto de aquellos humanos que se habían autoelegido para renacer espiritualmente, con una multitud de seres venidos "de fuera", que propiciaría ese paso evolutivo. ¿Ángeles, guías astrales, extraterrestres...? preguntábamos - ¿Qué importa –decía él- si todo eso no son sino aspectos de nuestro propio Yo más elevado?
En cualquier caso, y mientras llegaban los Mensajeros, el Padrino aconsejaba seguir construyendo con perfección el Arca de la Alianza, como si nuestra obra material fuese a durar siglos, aunque con la esperanza puesta mucho más allá de las estrellas. Y decía él que, cuando llegasen esos tiempos, el peor lugar donde sufrirlos habrían de ser las grandes urbes, y que, sin duda, quienes mejores posibilidades tendrían de enfrentarlos, aprovecharlos y superarlos positivamente, serían todas aquellas personas que habían sabido armonizar sus espíritus en comunidades fraternales, autosuficientes, y rodeadas por la  naturaleza.




Así, si cada laborioso día del Pueblo de Juramidán se destinaba a asegurar su vida material, cada noche era una fiesta del espíritu: al caer la tarde, todo el mundo se fardaba (uniformaba) de azul y blanco, alumbrándose con velas, candiles de petróleo o linternas de gas, y se reunían en un gran templo octogonal, de paredes abiertas al mato, rematado su tejado por una cruz de dos brazos y un sol, una luna y una estrella -los símbolos de la Segunda Venida de Cristo y de los Logos Padre, Madre (o Espíritu Santo), e Hijo-.
Después de ingerir ritualmente el amargo Daime (o Ayahuasca en quéchua, que significa "Liana de los Espíritus"), el cual demoraba menos de una hora en hacer sentir sus efectos, cantaban y danzaban en impecable y ordenada formación hasta el amanecer, sumergidos en trance mediúnico o semimediúnico, componiendo con sus ritos una verdadera máquina mental de generación bipolar, síntesis alquímica, condensación, expansión y amplificación de la frecuencia vibratoria personal y colectiva, plataforma de proyección potentísima de la energía espiritual conjuntada del grupo, que en el trance se veía como un verdadero remolino de luz que subía en columna hacia lo alto desde el centro del salón.
Ya que los hombres se colocaban a un lado de la mesa-altar (generalmente centrada por una estrella de seis puntas y una cruz patriarcal, de doble brazo horizontal), se desplazaban hacia la izquierda en dos pasos de su bailado mientras cantaban, marcando el ritmo con maracas de lata rellenas de perdigones, y luego retornaban, marcando una ligera flexión sobre su eje y dos pasos hacia la derecha.
 El cuerpo suelto, la cintura flexible, deslizándose suavemente hacia un lado o hacia el otro, la cabeza pendiente de un hilo invisible que ligaba el centro de la frente del danzante con el Centro del Yo Mayor, allá-aquí, en Lo Alto de Uno Mismo; los brazos marcando el ritmo de las maracas, con el puño entrecerrado, afirmando marcialmente la energía.
  El corazón alegre, conectado... la mente, bien consciente del aquí y ahora: por una parte, atentísima al compás y al perfecto orden ceremonial colectivo sobre la tierra; por otra, completamente entregada de forma individual y subjetiva a la plegaria y a la “miración”, o visión interior. Las mujeres, al otro lado de la mesa, bailaban en sentido contrario; y en ambas cabeceras, mozos solteros en una y doncellas en otra, completaban la Rueda Chamánica generadora de Energía Dinámica Básica, que toda la noche se movía.
Junto al Cruceiro se solía poner un jarrón de bellas flores tropicales; sobre la mesa había, también, imágenes y fotografías enmarcadas de Jesús, de María y del Maestro Irineu; y un par de vasos para quienes sintiesen sed, aunque pocos tomaban más de un sorbo, porque el agua, igual que la comida, diluye y rebaja la Fuerza de la Bebida Sagrada para "mirar" en el Astral.
El Daime se disponía, generalmente, sobre otra mesa más pequeña, apoyada en la pared, bien en botellas de vidrio verde o bien en un gran cáliz-cisterna de cerámica blanca provisto de grifo, desde donde el responsable del trabajo lo servía sacramentalmente a cada uno, como la Sagrada Eucaristía con la que todos comulgábamos, en copa o vaso y unas tres veces a lo largo del himnario. El comandante o director de la sesión miraba profundamente a los ojos a cada participante que se acercaba en fila a comulgar, a fin de calibrar intuitivamente la dosis que le correspondía, según como sintiese su estado emocional.
Se hablaba muy poco -la voz apenas se hizo para cantar, decían-, además de que el Daime facilita una comunicación telepática muy profunda. De hecho, cuando uno miraba a otro a los ojos parecía verle el alma, aunque cada quien estaba en realidad tan sólo concentrado en el viaje de su propia mente, envuelto en su propio proceso interno y muy sensible, por lo que había que comunicarse, cuando era preciso hacerlo directamente y con palabras, con fraternal delicadeza y suavidad, para que nadie se sintiera invadido.
       Los fiscales designados se encargaban de preservar una fuerte disciplina y un orden jerárquico muy formal, casi militar (los seguidores del Padrino Sebastián se autodenominaban "guerreros" y "guerreras" del Santo Daime, con perfecto derecho). En verdad, el trabajo de fiscal, que era bien ingrato, mas absolutamente necesario, para ayudar a mantener el adecuado movimiento geométrico de la energía en un colectivo numeroso... debería confiarse solamente a la gente más veterana, responsable, discreta y llena de amor, pero no siempre era posible hacerlo así.
        Tanto los fiscales como los guerreros que uno tenía a los lados, reprendían, a veces muy rudamente, a quienes, como los novatos o visitantes, cometían errores en el movimiento rítmico que pudiesen interferir en la fluencia de la energía, que se tenía que generar de manera perfecta.
         La condición fundamental para que se te permitiese participar, era que te comprometieras a un esfuerzo de autocontrol consciente que te hiciera capaz de estar simultaneamente en el Cielo y en La Tierra, lo mismo en el lugar sagrado que en el trabajo cotidiano.
          Es decir, disfrutando intensamente del éxtasis místico provocado por la bebida de poder, y atentísimo, por otra parte, a no quebrar con tu distracción la armonía sinérgica del ritual grupal en el templo: porque había que "asegurar el trabajo", o sea, agarrarse al impecable orden rítmico de la música y del bailado, lo que era la única manera de asegurar también un mínimo de ritmo y orden mental interno con el que navegar en conjunto, colectiva e individualmente, sobre las tempestuosas olas del subconsciente desbordado.
El trabajo de grupo consistía fundamentalmente en rezar cantando, decretando con toda firmeza la toma de consciencia, la transmutación positiva y la elevación de los espíritus de la Humanidad, tanto encarnados como desencarnados (despolucionar el astral del planeta, decían).
   Para ello comenzaban embriagando con aquel poderosísimo brebaje al ego cancerbero de la razón, a fin de domeñarlo, haciéndole enfrentarse clarividentemente con su negrura interna, hacia la que en circunstancias habituales jamás quiere mirar.
Cualquier palabra de los himnos que tocaba al vuelo nuestra sensibilidad nos llenaba de sugerencias exploratorias de la consciencia y de ánimo para enfrentarse a ellas, superando los bloqueos y resistencias del ego, que estaba aterrado por el vértigo de la desintegración de los esquemas por él establecidos como "normalidad", los cuales, hasta entonces, eran la única falsa seguridad que le sustentaban.
 Estaba angustiado, también, al sentir como su espíritu se desdoblaba y se separaba a toda velocidad de la materia y de la mente habitual, asociada apenas a la satisfacción elemental de las necesidades materiales y nunca a la práctica de tan altos y profundos vuelos.
 El ego se encontraba, además, alucinado, al percibir que lo que normalmente consideraba como su identidad se veía reducido ahora a un hilo espiralado y larguísimo de energía-consciencia que recorría en una danza loca, ya hacia arriba, ya hacia abajo, dimensiones múltiples y sorprendentes de percepción que ya no tenían casi nada que ver con la visión mental corriente de nuestro mundo conocido, es decir, con el paradigma escogido por la personalidad.
Si uno lograba sobreponerse al vértigo, adaptarse a la Fuerza que nos arrastraba y cabalgarla en lo posible, alguna puerta secreta se abría en nuestra comprensión coronaria y la Luz lograba penetrar, irradiándonos de pronto con el Conocimiento (o el recuerdo) que debíamos auto-entregarnos en aquella hora.
Tras el reconocimiento lúcido e interno de sus errores claramente puestos de manifiesto, tras su contricción hipersensibilizada, tras su rendición, autoaceptación, y tras su sincero propósito de enmienda, perdonando y perdonándose, el iniciado lograba su re-ligación al servicio de la voluntad espiritual de su propio Yo Superior, la cual podía comandar ya sin trabas en la totalidad de SI MISMO, expandiendo entonces su frecuencia vibratoria y haciéndole sentirse entusiasticamente colmado por La Fuerza invocada en la ceremonia.
  La cual, respondiendo al llamado, había iluminado cada consciencia con la Presencia del Yo Divino, que ahora se manifestaba con todas sus potencias en su trono carnal, tras haber ayudado al yo guardián del vehículo humano a liberarse de inmundicias de baja vibración energética, que antes lo incapacitaban, como canal, para recibir dignamente a su Señor Cósmico.
Una vez purificado su interior y abiertos los umbrales que comunican el consciente con el subconsciente y el superconsciente[††], el participante tendía a dedicarse, igual que los aficionados a las drogas comunes, a la psiconáutica, o sea, a la gozosa exploración errante, hipersensible y libre de los países maravillosos de la mente profunda y de sus habitantes; pero toda la disciplina del Daime lo instaba a que no se demorase demasiado tiempo en inútiles vagabundeos esteticistas y egocéntricos por el universo de las cambiantes formas-pensamiento de la Memoria Inconsciente de la especie, que sólo conducen a la más vana y esclavizadora de las fantasías.
Tal como si un meditador, en lugar de vaciarse de imágenes para sentir la realidad de su ser, se entretuviese con cada uno de los envoltorios mentales, la mayoría vacíos de ideas, que continuamente pasan en ondas por su antena.
 La cosa consistía, por lo contrario, en que aprovechase la sesión descubriendo y asumiendo sus eternas potencias divinales, y tomando contacto consciente con las entidades espirituales que, desde siempre, habían sido sus guías y aliados, a fin de que pudiera actuar junto con ellos de forma constructiva, proyectando a través de esos arquetipos pluridimensionales su Verbo Creador sobre el mundo, multiplicando sus poderes al sincronizarlos con los de todo el grupo de guerreros y guerreras, y dirigiéndolos al mismo objetivo ordenadamente, por el seguro cauce de los himnos, convertidos todos juntos en un haz de limpios canales de resonancia y ancoramiento del Plan Evolutivo Cósmico sobre las energías esenciales de todos los seres del Plano Terrestre, tanto material como astral.
Y de alguna manera todos teníamos la evidencia en nuestro interior de que el trabajo que se estaba desarrollando modificaría realmente nuestra vida y nuestro mundo, y hasta influiría sobre universos subordinados a nuestra identidad individual que ni siquiera estaban completamente formados en todos los planos del Ser.
Ya que todo está contenido dentro de todo, el Universo Multidimensional en nuestro corazón y viciversa. Siendo mental el Universo, todo él cabe en un concepto que puede reducirse o ampliarse, concentrarse o dispersarse hasta el infinito.




Las esforzadas tareas del día aseguraban la supervivencia física a los miembros de la comunidad, pero ésto no era sino la condición elemental básica que les permitía desarrollar su verdadero trabajo mágico de guerreros templarios:
...Sus voces vibrantes llenaban la atmósfera nocturna -el cuerpo emocional o astral del planeta, que por la noche se encuentra en fase onírica y en vibración Alfa totalmente receptiva- de potentes himnos religiosos, que formaban una egrégora (condensación mental colectiva) de limpieza, autoconsciencia y amor, encaminada a descontaminar el aura de la Tierra y las de sus seres, de las venenosas formas-pensamiento negativas de desesperanza, desaliento, pesimismo, miedo o maldad, y de todas las energías demoníacas emitidas por la Humanidad inconsciente y doliente durante el día, a fin de transmutarlas en vibraciones angélicas que reforzasen las virtudes con las que cada espíritu humano fué dotado para cumplir su destino cósmico, como individuo y como especie, como célula y como órgano del Planeta.
La totalidad de los himnos había sido recibida por los participantes en el trance provocado por la Ayahuasca y, aunque sus letras puedan parecer, en una primera escucha, simplonería campesina, eran consideradas como vibraciones sagradas, procedentes de la esfera de los Guías Supraconscientes, con gran poder para transformar y corregir el nivel emocional más profundo de las personas -su bajo astral subconsciente- donde se encuentran las raíces y traumas de los hábitos negativos.
Éste es un nivel de pura vibración energética sucia, envilecida, diabolizada, donde se prenden los espíritus obsesores afines a nuestras vibraciones más bajas, si uno no es cuidadoso y atento con su alimento emocional y mental y con su limpieza psíquica cotidiana.
La elevada vibración de los himnos actúa como exorcismo, liberando a nuestras potencias básicas de las larvas astrales que pudieran hallarse vampirizando sus energías, las cuales, al purificarse, se convierten de nuevo en las virtudes originales o divinales del espíritu; es decir, en nuestro propio Yo Astral y en sus aliados: ángeles, maestros y guías internos.
...Puedo hablar de este poder de transmutación de los himnos, porque lo experimenté personalmente: la noche anterior a mi embarque para Mapiá, en Boca de Acre, un chamán curandero con quien simpaticé, a quien llamaban Señor Marirí, quien utilizaba la Ayahuasca fuera de la férrea disciplina del Daime, me había invitado a una ingestión, junto a otras personas que también estaban esperando para navegar.
En mitad del trabajo le llamaron para atender a un enfermo grave, y tuvo que dejarnos, confiando a dos jóvenes guerreros del Padrino el cierre de la sesión. Sin embargo, yo me había elevado tanto, que percibí que mi poder mental era capaz de influenciar la psique de aquellos muchachos campesinos, así que, experimentando cada vez con más osadía, les obligué a prolongar la sesión y a ingerir más y más Ayahuasca, hasta que me sentí poseído por todos mis demonios subconscientes y dominando a los demás, que corrían como hipnotizados alrededor de mí, mientras yo reía interiormente, ebrio de poder, convertido en el Gran Manipulador...
No sé en que hubiera acabado aquel aquelarre descontrolado si de repente no hubiese parado un automóvil ante la valla del patio donde nos encontrábamos y no se apease de él mi iniciador, Chico Correntes, que había conducido toda la tarde y parte de la noche por la pista de tierra desde el lejano Rio Branco, para llegar "casual" y providencialmente en aquel mismo momento.
Pasó al patio, se plantó de pié en una esquina y comenzó a cantar himnos. Desde mi trance, yo "miraba" las vibraciones que salían de su boca como serpientes de fuego que volaban, se enrollaban alrededor de mí y me encadenaban, inmovilizando al Lúcifer en que mis energías más bajas se habían transformado y que dominaba todo mi ser. Uno a uno, sus himnos se convirtieron en cadenas energéticas que me domeñaron totalmente, doblado en tierra; comenzando luego a actuar sobre mi emocionalidad profunda, y transformándola en la misma medida en que mi diablo principal, vencido, aceptaba someterse.
Acabé llorando embarrado en el suelo, profundamente arrepentido y sintiendo que recuperaba lo mejor de mí, tras la frenética tormenta. Correntes (casualmente, su apellido significa "cadenas" en Portugués) se volvió a los otros muchachos, que se habían tranquilizado en cuanto él apareciera, y dijo: -"Este chico se salva".- luego ordenó que me dieran una ducha, me vistieran con ropa limpia y me llevaran a dormir.
Yo estaba hecho polvo, pero muy aliviado, y en cuanto pude descansar en mi saco, comencé a tener visiones vividamente sentidas; y eran todas como fragmentos de vidas pasadas, marcadas por la indisciplina, la rebeldía, la desatención y la arrogante competitividad... primero entre los hebreos del Éxodo que seguíamos a Moisés hacia la Tierra Prometida, pero dudando y rebelándonos contra su intuitiva autoridad cada vez que podíamos; luego entre el mismo pueblo, recibiendo a Jesús con víctores de esperanza en Jerusalén, para, días después, rapidamente decepcionados y pasados al otro extremo del pre-juicio, vociferar ante Pilatos pidiendo la crucifixión del impostor...
Más tarde, me veía en el final de las Cruzadas, defendiendo empecinadamente, junto con otros compañeros, el último bastión cristiano en Palestina, al que llamábamos San Juan de Acre (casualmente me encontraba ahora en Boca de Acre, en el estado brasileño de Acre); minada y derribada sobre nosotros la muralla que nos protegía, los guerreros musulmanes nos desbordaban y rodeaban como una inundación; yo luchaba y luchaba a la desesperada, vestido con una especie de faldellín negro sobre una túnica blanca, que llevaba cosida una cruz roja en el pecho.
  A mi derecha, ví caer a un compañero traspasado y en ese momento de desatención, fuí traspasado también. Mi matador hizo un gesto como de socarrona disculpa al arrancar su acero de mi cuerpo, y entonces me fijé en su rostro mientras caía... que casualmente, era el vivo retrato de Chico Correntes...
En mi ultima visión en trance, ví mi cuerpo y los de todos mis compañeros clavados por los enemigos en cruces alrededor de todo el perímetro de ruinas humeantes de la fortaleza conquistada.

Bastante antes del amanecer nos despertaron, y embarcamos para Mapiá: Cuando el alba iluminó el rio Purús por el que navegábamos, pude ver las ropas con que alguien había tenido la amabilidad de vestirme por la noche, en la oscuridad y tras la ducha, al no encontrar las mías: un short negro y una camiseta de la Sanidad Brasileira con la Cruz Roja sobre el pecho, “casualmente” los mismos colores y signos que me cubrían en mi visión de la caída de San Juan de Acre, tres horas antes...

Todavía hubo otras casualidades: mucha gente, en Mapiá, estaba convencida de que el Padrino Sebastián era una reencarnación de San Juan, el anunciador de Cristo, y de ello hablaban muchos himnos; y cuando por primera vez vislumbré el templo de la aldea, octogonal, como los de los templarios, y sus símbolos-remate (la cruz cristiana, la medialuna islámica y la estrella judía), se me vino de repente a la mente que una vez más nos encontrábamos los viejos amigos y enemigos, repitiendo durante siglos el mismo drama, la misma disputa egocéntrica de poder, sobre la misma Tierra Santa: ¿Sería que por fin podríamos reconciliarnos, descubrir al hermano, el amigo y el maestro en el aparente competidor y cumplir en armonía la misión para la que fuimos emanados?

...Volviendo sobre los himnos: todo el mundo concordaba en que cada palabra de aquellas estrofas tan simples tenía, sin embargo, la oportunidad de convertirse en mensaje subliminar que, en medio del trance, tiraba de toda una cadena de reflexiones profundas que daban, otra vez casualmente, la respuesta consciente que en ese momento más necesitaba el iniciado para aclararse. Los clarividentes podían verlos, decían, como sones mántricos luminosos; algunos, incluso, como ángeles sonoros, que avivavan por resonancia las auras de los chakras etéricos humanos, aumentando la sensibilidad de sus percepciones sutiles... Traduzco libremente el inicio de un himno que a mí me parecía uno de los más emblemáticos de la Comunidad:
" Sol, Luna, Estrella, la tierra, el viento, el mar,
y la luz del firmamento, eso es que debo amar,
eso es que debo amar, traigo siempre en el recuerdo
a Dios que está en el Cielo, donde mi esperanza vá..."

Los guerreros contenían su ímpetu en paciente escucha y permitían que las guerreras más osadas y seguras de sí mismas "puxasen" o tirasen de todos: la comandanta, o aquella de las mujeres que se lo supiese mejor, iniciaba con brío la primera estrofa de cada himno, y los hombres, enseguida, adaptaban su tono al de ellas en la repetición, de tal manera que jamás sus fuertes voces masculinas las adelantaran, taparan u opacaran, ya que sólo cuando la mujer se afirma en su ánimus, vigorizándose, y el hombre en su ánima, suavizándose, se consigue que ambos sexos equilibren su vibración en una alquimia sintetizadora en la que el Verbo Humano alcanza el auge de su poder creador; convirtiéndose un grupo de humanos así de bien complementados y afinados en un coro de ángeles encarnados, pulidos canales de transmisión de las virtudes del Ser entre todas Sus dimensiones.
Los participantes en la sesión, alertas al ritmo marcado por las puxadoras, que era inmediatamente seguido por el paso y las maracas de los comandantes, cada uno compuesto en su lugar en ordenada relación, perfectamente encuadrados y sincronizados en la cadena bipolar de creciente energía dinámica, colocando mucho sentimiento en lo que cantaban, permanecían tan atentos, interiormente, al diálogo particular con su Maestro Interno - acompañado de visiones muy intensas que denominaban "miraciones" (mirar dentro de uno mismo)-, como externamente, a mantener la marcial cohesión y la armónica disciplina del colectivo guerrero que cantaba con entusiasmo; firmes en su Combate de Amor, indudable transformador de la negatividad del astral, haciendo su bailado y marcando el ritmo elegante y bravamente con maracas metálicas y redobles de bongós. También solía haber un guitarrista, un bajo, algunas bandolinas y cavaquiños (tiples brasileiros) y, más raramente, acordeón y flauta.
Para quien se interese por el análisis formal de la música, éstas son las notas transcritas por mi amigo, el gran artista y profesor catalán de guitarra Gabriel Rosales, tras escuchar una cinta de himnos que le pasé:
-"Melodía diatónica 1,3,5, con escala predominante pentatónica 1-2-3-5-6-8 (grados de la escala, Do-Re-Mi-Sol-La-Do), intervalo de inicio (cuarta justa) -efecto conclusivo-; estructura: A/motivo---; B/motivo---contramotivo. Las secuencias melódicas se repiten también en su forma rítmica...
Música fundamentalmente afirmativa, ingenua, busca la armonía (con intervalos puros, perfectos), y la limpieza espiritual, con una monotonía que provoca introspección, un dar vueltas sobre sí mismo sin respuesta, y siempre presente al fondo el latir del concierto animal de la selva; hay una tendencia general a ir aumentando la velocidad hacia los finales, lo que crea tensión psíquica, expectación y entusiasmo... El ritmo tiene influencias del merengue, la habanera, la conga, viejas músicas populares portuguesas-pernambucanas y algo de andino en la flauta.-"
Era espléndido el espectáculo de doscientas o doscientas cincuenta personas vestidas igual, evolucionando en balance en perfectas formaciones, y cantando himnos en el salón en forma de estrella del Templo, cada uno bien compuesto en su lugar, armados de maracas y de todo tipo de instrumentos musicales, especialmente en las grandes fiestas cristianas y en las de sus patronos principales, San Juan (que representaba al Sol, la Masculinidad Pura), Nuestra Señora de La Concepción (La Feminidad Divina, la Luna), San Sebastián...



Durante ellas, todos se vestían cuidadosamente de gala en sus casas y acudían, recorriendo descalzos, para no embarrar los zapatos, los caminos enfangados por la lluvia tropical que cruzaban el mato. Venían las mujeres vadeando los senderos, con las faldas arremangadas y su hatillo al brazo, pero tan nobles y elegantes como correspondía a quienes en verdad se dirigían a una fiesta de corte del Celeste Imperio, por La Divinidad Misma presidida.
Los hombres iban todos de blanco, con chaqueta y corbata azul oscura, marcando el paso virilmente, mas sin la menor rigidez. Las mujeres, de todas las edades, eran las flores silvestres del Jardín Del Daime: niñas bellísimas ornando con su bailado la cabecera de la mesa, tales como ángeles en coro; jóvenes amazonas de largos cabellos ondulados en la edad en la que todos los encantos erupcionan incontenibles; femeninas y majestuosas panteras a las que parecía que cualquier vestido les sobrara, salvo su piel dorada multiracial perfumada por el sol, por el agua del igarapé y por los verdes aromas naturales; tan castas, sin embargo, en su aspecto, como frescamente sueltas y sensuales.
En las primeras filas, danzaban en el templo las guerreras florecidas, destellantes de determinación sus rostros leoninos, compitiendo las más bravas por lanzarse a puxar un himno a toda voz antes que nadie y por sostenerlo, solas, hasta que todos las siguieran; otras, algo más maduras, eran madres de sus hijos y madrinas del mundo, de una dignidad impresionante, la que da el más abnegado amor familiar y cotidiano extendido a todos. Destacaban, por fin, las ancianas druidesas de blancas cabelleras, con tal dulce firmeza y profundidad en sus rostros, marcados por la aventura de la vida y por el conocimiento de su experiencia, que sólo mirarlas movía al mayor respeto.
...Cada una llevaba sobre la falda, cubriendo las caderas como una sobreprotección, una especie de sayita verde plisada, con tirantes diagonales -la moda intemporal del mato-, y, sobre la cabeza una corona de reina que ellas mismas se habían hecho en el Taller de Costura de la Comunidad con alambres y lentejuelas plateadas. Todos los fardados (que así se llaman las personas comprometidas con la Doctrina) llevaban una estrella de seis puntas al pecho, signo de filiación divina, equilibrio y conexión y, dentro de ella, la luna creciente de la Virgen Madre y el Águila Solar de altos vuelos que cualquier daimista tenía que llegar a ser.
Era espléndido cuando, al terminar un himno que nos había elevado a todos, los hombres prorrumpían ordenadamente en enérgicos vivas al Padre Eterno, a la Reina de la Floresta, al Celeste Imperio, al Mestre Irineu, al Padrino Sebastián y a todos los hermanos... El último viva se dedicaba al Santo Cruceiro, y todo el salón quedaba vibrando. Era espléndido oir a todo aquel pueblo cantar alegremente "parabems pra voçê" cuando se celebraba el cumpleaños de alguien o, simplemente, cuando se veía que alguien había renacido tras un profundo trabajo de cura... Era espléndido cuando, en medio del himnario, la vibración sincrónica se armonizaba tan bien y con tanta fuerza, creando un astral intensísimo, que todos nos mirábamos con una sonrisa feliz y camarada, amándonos unos a otros y a nosotros mismos.
Aunque parezca a nuestros sentidos externos que luz y sonido son dos cosas diferentes, la verdad es que en el trance del Daime, yo percibía cada uno de los himnos como una sola onda continua y ondulada de energía, cargada de información sonoro-lumínica, con gran poder para hacernos conscientes, aunque ésto es subjetivo e ignoro si otros tendrían visiones semejantes, porque cada mente tiene sus propios códigos captadores o emisores de información. He visto, incluso, en la miración, como el sonido se geometriza en estructuras luminosas cargadas de códigos de información que nuestro subconsciente entiende muy bien, sobre todo si ha cultivado antes un poco su sensibilidad de percepción artística.
En las sesiones de cura, además, pude "mirar" como los himnos iban poco a poco reordenando las alineaciones moleculares de un órgano enfermo, o sea, desafinado, y lo hacían de forma semejante a como se afina la cuerda destemplada de una guitarra, comparando su sonido con el que emite una bien templada, y haciéndola resonar por simpatía. En los momentos en que captábamos que el enfermo quedaba aceptablemente rearmonizado, solía rematarse el himno con un alegre "¡Viva la Salud!" que era coreado por todos.
Comprendí perfectamente, entonces, que en el Principio Fuese el Verbo, y que todos los mundos manifestados no son otra cosa que bien armonizadas sinfonías. Quien no sigue el compás del Cosmos, enferma. Los himnarios eran una extraordinaria escuela de armonización colectiva, donde el sonido se producía de la más poderosa manera: moviéndose ritmicamente en un círculo bipolar, que encauzaba las emociones grupales exaltadas por la Ayahuasca en una sola frecuencia expansiva.
A través de aquellos cánticos repotenciadores, la mente individual conecta, por afinada resonancia ascendente, con la Octava Superior donde vibra la frecuencia de la Mente Colectiva y recibe sus tesoros de sabiduría, servidos en recipientes dorados, aunque no siempre dulces, de puro sentimiento.
Quien canta, eleva automaticamente la intensidad de su vibración; quien canta conectado, la eleva a las alturas donde el Yo resuena armonicamente con todos sus cuerpos. El cántico litúrgico es una llave multidimensional que liga nuestros siete chakras corporales con aquellos otros cinco del Yo Total Que Somos, que están situados fuera del acúmulo de energía al que solemos llamar nuestro cuerpo individual.
Lo más alto a que podemos aspirar mientras aún permanecemos encarnados, es a convertirnos en un buen instrumento musical a través del cual las Sinfonias del Ser se derramen como bendiciones y bálsamos sobre el Plano Físico y sobre sus pobladores.
La Ayahuasca es poderosa, pero los himnos, aún sin Ayahuasca, son tan poderosos como ella, especialmente algunos, que son llamadas invocatorias a la manifestación de imponentes fuerzas del Astral sobre nosotros.
El sonido puede hacer vibrar los componentes ínfimos de cualquier cosa, que, en última instancia, no son sino fotones bipolares en movimiento, alternándose de forma ordenada sobre una estructuración rítmica geometricamente sonora. Así se vé en trance el momento mágico en que las ondas de energía-consciencia comienzan a transformarse en materia, aparentemente bien sólida.
...De la misma manera que un repentino sonido muy intenso es capaz de alterar la estructura vibrátil (sonora) que mantiene la cohesión estructural de un vidrio y hacerlo pedazos, así un cántico sacro tiene potencia para penetrar entre los tejidos y las neuronas, deshacer bloqueos, re-organizar grupos de células cancerígenas (o sea, desordenadas), y abrir huecos donde se puedan almacenar o condensar nuevas informaciones que serán semillas de transformación evolutiva.
La Física Contemporánea ya ha llegado a demostrar lo que los chamanes y las Escuelas de Misterio conocían hace más de tres mil años: que el universo manifestado es puro sonido congelado, que la estructuración del átomo -que convierte las ondas mentales lumínico-sonoras en partículas materiales- obedece a las mismas proporciones numéricas que los principios armónicos que convierten al sonido en música.
Los cánticos sagrados han sido usados como terapia reorganizadora, equilibradora y armonizadora de todos nuestros cuerpos desde la Prehistoria. Igual que el átomo, cada una de nuestras células es una caja de resonancia, cada uno de nuestros órganos o dimensiones de la consciencia es un conjunto de vibraciones que se mantienen en estructura común porque resuenan sincrónicamente en una frecuencia específica, y que sirve de escalón hacia un plano o piso determinado de nuestro Ser. La evolución consiste en ir ascendiendo a planos cada vez más sutiles de nuestro Ser, al tiempo que vamos integrando amorosamente las frecuencias más bajas y densas antes recorridas, en una escala de armónicos perfectamente conocida, ordenada, y ya controlada sin esfuerzo.
Nosotros los Seres ( las unidades del Ser de cualquier dimensión, de cualquier reino) somos, esencialmente energías. Eso no significa que seamos un conjunto de tantos o cuantos kilos, o watios, o lo que sea, de una sustancia determinada; significa, mas bien, que nuestra actividad vital emite, produce, emana, ondas de mayor o menor poder perceptivo, que se dirigen hacia aquello que es objeto de nuestra atención, lo barren, como hace un láser o un radar, y rebotan; volviendo a nosotros con una serie de informaciones obtenidas.
También podemos proyectarnos: yo quiero escribir en mi ordenador la letra "A": para ello percibo en que lugar está la tecla correspondiente con mi atención perceptiva; cuando ya estoy seguro, lanzo un impulso sobre la tecla con precisión, con atención proyectiva, y ese impulso, traducido por todo el complejo proceso funcional del ordenador, se convierte en una "A "sobre la pantalla.
Ahora bien, para pulsar la tecla he usado energía mental intelectual y energía física, mas si la "A" forma parte de un poema de amor a mi dama, estoy empleando también energía emocional, y si en el poema digo que, a través del amor de mi dama, mi amor se extiende a todo cuanto existe, mi energía emocional se ha elevado y se ha convertido en alguna forma de energía espiritual. Éstas son metáforas para entendernos, ya que realmente, toda la energía es Una en el Cosmos y ella se ríe de estas clasificaciones humanas tan relativas.
La energía es una, pero ella vibra en frecuencias diferentes según estemos, por ejemplo, percibiendo o proyectándonos sobre un problema mecánico, mientras arreglamos un motor, o percibiendo y proyectando en estado de contemplación, mientras damos las gracias por la Vida al amanecer. En el primer caso la energía se concentra, se contrae, penetra en una parcela concreta del mundo denso de la materia y de sus leyes, vibra con cierta lentitud, actúa de forma metódica y lógica, de acuerdo con lo que aprendió previamente que es correcto hacer, sobre un objeto bien determinado, y procesa en el cerebro a través del hemisferio izquierdo, que se encarga, preferentemente, del pensamiento deductivo, analítico, diferenciador.
En el segundo caso, sin embargo, la energía se expande, se descontrae, vibra a gran velocidad, abarca un escenario mental amplísimo... (de hecho, sin límite alguno, en el cual caben, en el mismo espacio conceptual, todos los seres), actúa sentimental y espontáneamente de manera creativa, y procesa a través del hemisferio derecho, que es asociativo, unificador, más intuitivo que lógico.
Contraerse y expandirse son los dos direccionamientos fundamentales de nuestra energía dentro de la infinita escala de manifestaciones del Ser que Somos. El equilibrio en tensión entre contracción y expansión hace que las formas en las que envolvemos nuestra consciencia -nuestros diversos cuerpos densos y sutiles- permanezcan unidos en una estructura. Sin ese juego de opuestos complementándose, los millones de entidades que nos componen se desintegrarían y disolverían.
La Energía-Consciencia Universal no es otra cosa que la vibración que emitimos todos los Seres Divinos al vibrar conjunta y afinadamente y al relacionarnos a través de todas las dimensiones de manifestación del Ser Unico. Viene a ser como la sinfonía que cantaríamos todos si todos cantásemos como ángeles, es decir, perfectamente compenetrados en el mayor amor, y perfectamente atentos unos a otros. Como para hacer eso se necesita un estado de conciencia expandida, podemos suponer que la llamada "Música de las Esferas" es la frecuencia de onda emitida por los Seres Unificados... los demás, simplemente, desafinamos. Suerte que tampoco se nos oye demasiado.

Los defectos del ser humano, pasiones del ego o pecados capitales: ira, soberbia, competencia envidiosa y celosa, avaricia acaparadora, miedos, dudas, desconfianzas, glotonería, ambición vehemente o indolencia apática, no son otra cosa que desequilibrios de la energía, polarizaciones hacia los extremos, los cuales producen, en primer lugar, contracción de la frecuencia, mayor lentitud de su onda, densificación y materialización. Y, en segundo, separación y desafinación con respecto a la tónica de la sinfonía del conjunto de seres que somos; pérdida de calidad de consciencia, rebajamiento de nuestra atención, y con él, disminución de nuestro control sobre la propia situación y disminución de nuestras percepciones y defensas, lo que facilita, como consecuencia, una apertura a la enfermedad.
Cada uno de los planos de nuestro Ser que hemos conseguido armonizar, significa un esfuerzo previo -el Buen Combate del Guerrero o de la Amazona Espiritual- por desbravar las tendencias caóticas de las energías que nos conforman y por afinar entre sí a los egos que las rigen, después de hacerles someterse y adaptarse a la dirección de la comandancia unificada del Yo Sagrado, quien siempre tiene un único propósito: la elevación común del conjunto de individuos que se comprometieron a seguir la disciplina. El Yo Sagrado no admite desorden caótico, ni desviaciones del ritmo marcado, ni presumidos que deseen destacarse a base de apagar a los demás, ni ambiciosos que acumulen más energía de la que les corresponde, ni cobardes o tímidos que quieran ocultarse o quedarse atrás o no participar.
Los himnarios del Pueblo de Juramidán son una escuela donde la célula aprende a servir afinadamente al órgano y a vibrar sincrónicamente con él... por eso se dice que el Daime consigue curar a cancerosos que ya fueron desahuciados por todos los médicos.
A mayor participación en la armonía común, más energía y más rápida su manifestación en el individuo; a menor participación, por contracción en el ego y por apartamiento, menor y más lenta energía, acompañada de apagones de consciencia. Cualquier ritual colectivo, y muy especialmente los del Santo Daime, es una fiesta que tiene por motivo comunicarnos íntimamente y alquímicamente en el seno de nuestro Yo Más Elevado, expandirnos conjuntamente hacia El en las alas del Amor, la alegría y la lucidez, y cargarnos de la más alta energía que hemos conseguido componer juntos... es decir, nosotros más nuestras "relaciones astrales" (sinergía).
Sana evolución significa consciente, firme y constante pulimiento y equilibración armonizadora, hasta que esas notas desafinadas o fuerzas rudas y elementales de nuestra base emocional -nuestros demonios interiores- se transmutan en las perfectamente sincronizadas y sinergizadas virtudes o sentimientos angélicos del Yo conectado a su propia Divinidad: tolerancia, discernimiento, altruista desinterés, autenticidad y aceptación propia, creatividad renovadora, conocimiento comprendido por el corazón, valerosa autoconfianza, segura fe, realismo, gratitud, flexible autocontrol, generosidad, auto-soberanía impecable, y claro sentido de la propia realización al servicio del conjunto, o sea, del Todo que Somos.
Visión: En el auge de la Era de Acuarius, cuando la Nación Planetaria se encuentre por fin unificada por libre voluntad de todas las comunidades manteniendose rica y bien interconectada en su diversidad... cuando la Globalidad Positiva, por fin bien pilotada por una Gran Fraternidad de mentes evolucionadas, haya tomado ya una buena marcha, toda la ingeniería constructiva y, por supuesto, la curativa y la genética, estarán basadas en el poder estructurador de ondas y moléculas que el sonido conscientemente dirigido posee. Para entonces, lo que hoy aún se llama magia será la ciencia convencional del uso constructivo de nuestro Verbo Consciente Creador, así como la correcta canalización de nuestras emociones en el sonido, cuyas leyes los niños conocerán desde la escuela primaria.

Tengo otras notas sobre himnos sagrados de otra tradición, tomadas mientras escuchaba al anciano chamán curador Sr. Domingos Macedo Brasil, o " Marirí", quien, repito, no seguía la disciplina del Daime, sino que era todo un ayahuasquero independiente, de aspecto sencillo, bondadoso y simpático, que residía en la selva profunda, allá por Tingo María, donde me contó como una vez tuvo que escoger entre el hambre o atreverse a arrebatarle su presa de caza a un jaguar, al que logró asustar y hacer que se retirara, gesticulando amenazante y profiriendo gritos de poder como un gorila, ya que no portaba arma alguna en aquel momento.
El me confió un himno-llamada muy bello para invocar a sus propios guías aliados, en el que se juntan palabras portuguesas y de alguna lengua indígena de tono tupí-guaraní (tal vez nehengatú), rítmico y repetitivo, con sonidos que parecen de aves de la selva. No voy a transcribirlo, naturalmente, pero apuntaré que las invocaciones, para ser efectivas, tenían que hacerse en días y horas determinados de la semana, tomando ciertas precauciones psíquicas y pidiendo algunos permisos previos al Astral; además de practicar abstinencia sexual un día antes y otro después, y estar en ayuno, o haber tomado tan sólo una merienda levísima.
Me dijo que se debe hacer toda la llamada en perfecto orden ceremonial; la música con que se canta tiene que nacer en lo profundo del corazón, no se puede pensarla, de hecho, se canta para parar el pensamiento, que es el portador de la duda, ya que la duda bloquea la manifestación del Poder... –El Poder no es otra cosa que conexión e identificación incuestionable con lo más alto de tí mismo...por eso, has de prestar total atención (pero sin interpretar, sin pensar), a las sugerencias de tu interior, desde el principio hasta el final.
 - No es conveniente, para evitar cambiar de onda, razonar ni seleccionar...- Estaba claro que no se debía emplear, en lo posible, el hemisferio izquierdo del cerebro durante el acto mágico. -...Jesús, dentro del niño espontáneo y puro en tí, sabe y selecciona; confía y déjate fluir en él-, decía el Señor Marirí.
-Los himnos tienen que venir desde abajo hacia arriba, y no al revés... -continuaba el anciano- Facilitan la comunicación interdimensional y protegen al medium los arcángeles Miguel y Gabriel; y se toma contacto con diversos espíritus colaboradores que se catalogan por su número de estrellas, o fuerzas, o poderes -, los había de 2 fuerzas, como la Sirena, hasta de 13 estrellas, como el llamado "Rey del Aleluya"... la mayoría eran sanadores del Astral que recetaban cocimientos de hasta 25 diversas mezclas de vegetales de la selva, más la Ayahuasca. No se podían mezclar diferentes tipos de liana o cipó porque "luchan entre sí los reyes que los rigen"... Decía el Sr. Domingos que toda enfermedad es una disciplina para "quien hace para merecer."
Sin duda, el chamán "Marirí" se refería a las potencias dévicas o principios vibratorios quintaesenciales que animan a las diferentes especies de lianas de la misma familia que pueblan la selva: Banisteriosis Caapi, Inebrians, Rusbyana o Quitensis; Mascagnias Glandulífera y Psilophyla; Tetrapteris Mucronata y Methystica... y también a las otras muchas plantas de poder, más de 90 ya conocidas por los investigadores, que, en la inmensa farmacia de la jungla, están disponibles para mezclarse con la bebida básica y para darle una clase u otra de carácter según el viaje que se pretenda hacer, o el tipo de estudio o curación que se persiga.
Aunque el Pueblo de Juramidán machacaba en una dura batición llena de consciencia toda la liana Jagube hasta reducirla a fibras, que se cocinaban junto a las hojas de la Chacrona, ni otros chamanes ni la mayoría de los indios  se tomaban tanto trabajo, limitándose a raspar la corteza del tronco recién cortado, ya que decían que es allí donde se contienen los principios psicoactivos principales. A veces hervían la corteza seis o siete horas, lo que daba una Ayahuasca superconcentrada; y otras, simplemente, la pulverizaban y la amasaban con agua fría como si fuese una harina, lo cual no provocaba un efecto tan potente como el del líquido resultante de la cocción.
Los complementarios o agregados del cipó más comunes son la Psychotria Viridis (Chacrona), llamada "Rainha" por los daimistas, que alarga la intoxicación de las triptaminas, o también la Psychoria Carthaginensis, ambas de la misma familia que el café (Rubiáceas), igual que la Kana o Sabicea Amazonensis, de bayas rojizas, que endulzan algo el amargo Caapi.
 Los indios solían guardarlo en una olla de cerámica, siempre con la misma forma de vientre femenino, decorada con motivos circulares u ovales amarillos sobre fondo rojo, que se cuelga en el exterior, bajo la techumbre de la maloca, en la esquina que queda a la derecha de la puerta principal. La confección de esta olla supone todo un feitío, o trabajo colectivo ritual, escrupulosamente controlado por el curaca o chamán, que tiene que dedicar 16 años de su vida al conocimiento del espíritu del Yagé (que así se llama la Ayahuasca en Colombia y Bolivia) durante su aprendizaje.
Nunca se lava la olla sagrada, aunque se repinta en los grandes festivales. Los indios Tukanos-Makuna de la Amazonia Colombiana decoran las paredes de corteza del frente de sus casas con Gahpi-Ghori, que son, dicen, las imágenes que se ven en el trance provocado por la Bebida del Poder. El Yagé se considera una planta solar, y el Sol se asocia con conocimiento y poder, con el chamán y con el jaguar, que en Colombia se llama tigre; por eso, los indios Barasana llaman ponerse en "Estado de Tigre" a entrar en trance de Yagé,
Contaban los Ingas del Valle de Sibundoy, situado al pié de la Cordillera Sur de los Andes Colombianos, donde ya se abren los valles entre los montes a la selva amazónica, que, desde que los hombres encontraron el Yagé y se les ocurrió convidar a las mujeres, a éstas les llega la purificatoria menstruación.
Eso fué allá en los más remotos tiempos, cuando la tierra era sombría, fría y gris y la gente humana, todavía no muy diferenciada de los animales, vivía vagando por la selva, cazando lo que podía, mas, sobre todo, probando todo cuanto pareciese servir para comer, para embriagarse o para curarse. Al raspar la corteza de la liana y tomarlo, diluído en agua, por primera vez, los hombres se asombraron al cabo de un rato, al ver que un pedazo que les había quedado sobrando, se enraizaba en un momento en el suelo y luego crecía y crecía hasta llegar al cielo. En su punta brotó una flor inmensa y luminosa, el Andakí, que, al ser fecundada por el besaflor o colibrí (pajarillo libador de flores que simboliza el alma humana), se transformó en lo que hoy llamamos el Sol.
Desde esa flor bajaron por el tallo a la Tierra danzando un grupo de representantes de la Humanidad Solar, mientras tocaban alegres melodías e himnos con tambores y flautas. A cada himno que entonaban, el cielo se teñía de un color diferente, que maravilló a todos, porque antes de eso, no había sino una oscura tonalidad ceniza en la atmósfera de La Tierra. Los Iniciadores Solares dieron luz y color a todos los seres terrestres, el nuevo mundo era ahora una luminosa sinfonía de luz y color, que hizo brotar el entendimiento, la inteligencia y el lenguaje en los hombres, diferenciándolos para siempre de las bestias, aunque les aconsejaron que usasen la voz para cantar, mejor que para hablar.
Desde entonces, cultivan los indígenas dos huertas diferentes: una para los productos alimenticios, y otra, más sagrada, para las plantas medicinales y las de poder, que siembran en las lunas llenas de Abril, Mayo y Junio. Dicen algunos Ingas que el Caapi crece mejor cerca del arbusto de la Coca; y que, cuando se acabe este ciclo, que ya se está acabando, los Iniciadores Solares volverán a bajar con sus músicas y convertirán a la Tierra en un pequeño Sol con luz propia, lo que hará que se vuelvan sabios de una vez todos aquellos seres humanos que, para entonces, ya estén suficiente preparados.

También usan muchos caboclos amazónicos en la mezcla con la Liana de los Espíritus otras plantas psicoactivas muy peligrosas, como ciertos alucinógenos relacionados con la familia de las Solanáceas: el borrachero Brugmansia Suareloens (da alucinaciones aterradoras) o Brugmansia Aurea, o Kinde, o el potente borrachero enano Munchiro (usados en el Putumayo), o la Datura Cándida, que añaden a la liana los Ingas y Kamsás del valle de Sibundoy, en el Sur de Colombia, cargados todos ellos de antropina y escopolamina, que bloquean el neuro-transmisor Acetilo-colino...
...Y las Brumfelsias Chiricaspi o Grandiflora, contenedoras de Dimetiltriptamina; y muchas otras, como el zumo del Tabaco Rústico, o silvestre, o puro, la Malouetia Tamaquarina, o como la Tabermaemontana, la crispa o toé negra, la Calathea Reitichiana, la Alternanthera Lebmannii, la Rinorea Viridiflora o Parápra, que prolonga la capacidad visionaria, cierta especie de Iresine, los helechos Lygodium Tenustun y Lomariopsis Japurensis; de la familia del muérdago (otrora tan usado por los druidas europeos), el Phrygylanthus Eugenioides; la menta Ocimum Micranthum, la juncia Cyperus, la gutífera Clusía; los cactus Opuntia y Epiphillus [‡‡]...
...Y la Chagropanga, o la Diplopterys Cabrerana o Yági (una Malpighiacea), que causan visiones con aureola azulada... (las dimetiltriptaminas que contienen, unidas a la oxidasa monoamina bloquean los alcaloides beta-carbonilos del Jagube )... y también el Chiric-Sanango, que se usa como aditivo del Caapi a orillas del río Loreto-Yacu, en la Amazonía Colombiana: pedazos de raiz y hojas de un arbusto trepador, que es muy tóxico para el ganado.
Los indios Emberas de la espesa selva del Chocó, entre los Andes Occidentales de Colombia y el Océano Pacífico, llaman a la Ayahuasca, Pildé o Dap'a; el chamán, al que ellos dan el título de Jaibaná ("el que tiene poder sobre los espíritus"), raspa la corteza de la liana con un machete y echa las raspaduras en un recipiente con "viche", bebida rica en alcohol destilada del guarapo de caña.
Después de tres cuartos de hora, la mezcla se cuela a través de una tela y la medium ayudante del Jaibaná -a la que se llama "la pildecera"- la consume, justo después de que se abre ritualmente el trabajo mágico. Durante él, el Jaibaná armoniza controla y dirige con su bastón de poder las fuerzas de sus espíritus aliados (jais) o de aquellos, simplemente, sometidos a su voluntad, mientras recita sus himnos y oraciones, y hace que actúen como curadores, apoyándose en las visiones sobre el Astral que su ayudante, la pildecera, le va relatando. Así, entre los dos, cada uno con sus ojos abiertos a una dimensión diferente, van realizando conjuntamente su trabajo.
En el Perú hay quien prepara a los enfermos con un ayuno y con la ingestión previa de varios tipos de infusiones medicinales, que se administran al paciente en una choza diminuta donde se le mantiene totalmente aislado y en meditación forzosa durante días; cuando ya está su personalidad suficientemente "ablandada", el chamán le hace ingerir Ayahuasca y se queda con él durante el trance, no más que recitando himnos, que allí se llaman "ícaros". Oí hablar de un centro, allá por Madre de Dios, donde se desintoxicaba de esta manera a los drogadictos más duros y degradados.
En fin, podríamos citar muchísimas otras plantas más, usadas ritalmente por los pueblos de la selva,... cuyo conocimiento, precioso para la Humanidad, se perderá el día, ya muy cercano, en que el último maestro chamán amazónico muera sin ser escuchado por respetuosos y atentos discípulos ebrios de conocimiento ecológico y holístico.
De las 150 especies de plantas visionarias más usadas en el mundo, 130 residen en Sudamérica, pero la Amazonia debe guardar muchísimas más, aún desconocidas por nuestra civilización, y tal vez alguna de ellas sea el catalizador que, el día que estemos preparados, nos ayude a dar el siguiente paso de gigante en nuestra evolución colectiva. Preservar la selva y sus tesoros, recibir el legado de los últimos sabios del mato, y montar un modelo alternativo de colonización y explotación ecológica y respetuosa de la Naturaleza, es tarea que espera a los mejores guerreros y amazonas. Lo que ellos hagan mostrará al mundo como se puede vivir en un paraíso natural, sin dejar de disfrutar de los adelantos del Tercer Milenio en todos los campos.

No quiero cerrar este capítulo, especialmente dedicado a los himnos sagrados, sin consignar que el trabajo sobre las vibraciones sonoras que nos conforman esencialmente (En el Principio era el Verbo) formaba también una parte importantísima de las enseñanzas del Maestro Carlos Pacini, que al fin y al cabo era músico. El escribió bastante sobre el tema en su libro "El Sol" que yo traduje, por pura admiración, al castellano y que recomiendo al que quiera profundizar en el asunto, pues no tiene desperdicio [§§].
Sólo apuntaré que él decía que el hombre no puede re-armonizarse con la Vibración Universal que lo emanó si no se pone antes a armonizar trinamente sus cuerpos vibracionales (físico, emocional y mental), en base a la tónica correspondiente a su momento actual específico, que tiene que ver con la nota de la escala que más le emociona en ese instante. Luego de esa armonización trina, daba instrucciones bien técnicas -ya que la música es pura matemática- para armonizarse septenariamente, es decir, para sincronizar las siete frecuencias de manifestación de nuestro Ser Integral por medio de mantrams bien sentidos; ya haciéndolo en acorde mayor, ya en menor, según queramos desplegar las potencialidades de nuestro masculino o femenino interno, o las del equilibrio entre ambos.




Oí una vez al Padrino Sebastián protestando: -"Esos doctores dicen que el Daime sólo es una droga que produce alucinaciones; pero yo pregunto: ¿Qué cosa son alucinaciones?... ¡Luz! ¡Luz del Espíritu para despertar a la mente aletargada, eso son!-"
Las “miraciones” o alucinaciones producidas por la Ayahuasca (percepción de las puras energías de los planos astrales y sutiles y de su unidad esencial) eran emocionalmente arrebatadoras, porque su efecto nos hipersensibilizaba al máximo si éramos minimamente sensibles y receptivos. Aunque yo conocí a muchas personas que llevaban años ingiriendo Daime y, sin embargo, jamás habían accedido al privilegio de tener visiones interiores.
 Se trataba, en general, de personas muy reprimidas, miedosas o bloqueadas, incapaces de aflojar el autocontrol y de dejarse llevar al interior del subconsciente. Estos hermanos eran los que peor lo pasaban, porque entonces toda aquella energía tenía que aplicarse, entera, al exclusivo intento de remover sus bloqueos; lo cual suponía una tremenda batalla interior, a lo largo de toda la sesión, entre la Consciencia, queriendo mostrarte lo que estaba corrupto o sucio en tí y los residuos de tu ego, que se empecinaba en el intento de apartar desesperadamente la vista.
Para todas estas personas, de mentalidad en el fondo bastante masoquista, el Espíritu del Daime era una especie de Dios Castigador de corte bíblico que los penitenciaba por sus pecados. Después de sufrir un rato, se sentían aliviados por haber pagado dolor espiritual a cambio de sus culpas, pero eso no solucionaba las causas de lo que les hacía sentirse culpables, que no querían ni considerar; con lo cual se repetía la misma "pea" o paliza subconsciente, en cada una de las siguientes sesiones, hasta que la persona acababa por acostumbrarse a sentirse a gusto en el infierno de sus remordimientos o hasta que, en un momento de valor, aceptaba ver y reconocer su negrura abismal, se proponía sinceramente vivir consciente de ella, adoctrinando a las partes más negativas de su espíritu para corregirlas mínimamente o para mantenerlas controladas. Así se liberaba de la total dependencia de sus bajas vibraciones ...Puro psicoanálisis chamánico.
Reflexionando hoy, años después, sobre mi experiencia, podría decir que nada tenemos que descubrir de nuevo en nuestro interior, sino redescubrir, porque eternamente toda la sabiduría divina reside en nuestro Inconsciente Colectivo, revestida de un ropaje simbólico de arquetipos que nuestra mente traduce al condicionamiento cultural de cada uno, para hacer percibibles en cada momento oportuno sus mensajes a la razón. El problema es que también nos pasamos la vida arrojando al profundo pozo subconsciente todos los impactos emocionales de nuestros errores y todos los aspectos de nuestra realidad personal que no coinciden con la "Buena Imagen" de nosotros mismos que anhelamos mantener en fachada.
Así que todo el trabajo preparatorio a nuestra realización -o cumplimiento de la misión para la que estamos en este plano- consiste, esencialmente, en atrevernos a descender al abismo subconsciente, metafóricamente a los infiernos del alma donde mora nuestra sombra, para remover las capas superficiales de porquería astral acumulada en esta vida y en las anteriores, para disolver su negrura con la luz de nuestro reconocimiento, y para aceptar serenamente que también esas energías demoníacas (por sucias) son nuestras, y que tenemos que trabajar pacientemente para limpiarlas en lo posible, conscientizarlas y reconvertirlas en nuestras virtudes o poderes divinales o angélicos.
Naturalmente, mientras vivamos en una frecuencia vibratoria baja, las sombras predominarán; pero, según vayamos expandiéndonos en el Amor, irán quedando más y más controladas. Hasta que, por fin, al ascender a verdaderas frecuencias claramente expandidas, nuestra Luz y nuestra Sombra se sintetizarán alquimicamente ante nuestra Consciencia Unitaria, ya que en Ella no cabe la dualidad, y se harán Uno de una manera tal, que la consciencia dualizada no puede ni concebirlo.
Es esa consciencia dualizada y contraída la que juzga todo, de acuerdo a su relatividad, como bueno o malo. En Dios no cabe el mal, lo que nosotros conocemos como el Mal y la Sombra (así, como nombres de arquetipos) no son sino aspectos de Su Justicia que realizan funciones necesarias, por destructivas que nos parezcan, y que sirven correctamente a Sus designios. En el Universo tiene que haber de todo, y las fuerzas destructivas son las que facilitan la continua transformación, que es lo que estimula a la Mente Eterna a renovarse continuamente; y a re-vitalizarse en ello.
El mito de Adán y Eva probando el fruto del Conocimiento del Bien y del Mal, significa el descenso de una Mente Unificada, que entiende que todo está bien, (porque nada existe que no sea la relación del Todo Consigo Mismo), a otro tipo de calidad de mente disminuída, en la que yo me siento separado del Todo, lo que provoca que, inevitablemente, surga en mí, en un primer momento, la desconfianza y el miedo hacia "lo Otro" que no controlo, porque no amo, es decir, porque siento que "dejé de ser también Ello".
En esa pugna lógica, pero ilusa, alienada por la angustia, entre el ego y su entelequia fantasma de "Lo Otro", el ego empieza a creer que no tiene más remedio que establecer categorías diferenciadas hasta el extremo: el Bien es todo aquello que me conviene, el mal es todo aquello que tiene que ver con "Lo Otro", lo que supongo mi competidor (todo el resto del Universo), cuyo "bien" y pujanza disminuye mi aterrado control y defensa del territorio mental reducido que he escogido, ciegamente, para esconderme de un Mí Mismo que en todas partes impera, fuera y dentro de mí.
Ahora bien, la solución inmediata, la salida del terrible estado de aislamiento mental que llamamos "contracción en el ego”, consiste en expandirse sobre la buena onda de un acto de amor cualquiera, pero necesariamente bien sincero: un ir al encuentro "del Otro", un abrir la guardia y la sonrisa, un atreverse a invitar a bailar a esa beldad, la Pureza, tan hermosa que da demasiado miedo acercar a ella nuestra impureza, es decir, nuestra propia idea sobre lo baja y fea que se encuentra hoy nuestra propia vibración, nuestra baja estima... Pero no hay cuidado, cada vibración sólo se puede relacionar directamente con las vibraciones afines, ya sean las que residen en el siguiente escalón, por arriba, de la Espiral de la Consciencia, o en aquel otro, el grado siguiente por abajo, hacia el que a veces, nuestra compasión tiende una mano generosa, beneficiándose inmediatamente de la elevación de autoestima que su gesto produjo ante sí misma.
Eso es medicina suficiente, ese pequeño impulso de bondad basta para remover la capa superficial del pozo subconsciente con una ondulación de simpatía que abre, que lleva las corazas, diluídas, ondulando en círculos hasta la periferia, que deja libre el centro. Por ahí penetra el primer rayo azul con cuya luz El Amor barre las sombras... y, automaticamente, te expandes.
Por eso recomiendan los sabios que, cuando no puedas hacer nada positivo por tí mismo, hagas algo por un hermano que se encuentra aún más desfavorecido, y ya estarás haciendo algo positivo por tí mismo.
Una vez hemos descontaminado la capa superficial del pozo, los tesoros de sabiduría divina que han permanecido allí desde siempre elevan su perfume cautivador hacia nosotros, nos envuelven, y nos devuelven toda la potencia necesaria para convertirnos en limpios canales y brazos ejecutores del Plan Evolutivo de Nuestro Ser Esencial y Total sobre la extensión de Sí Mismo que el plano material es.
Y ese Plan no consiste en otra cosa que en llevar la Consciencia del Ser Cósmico que somos hasta la última de sus partes menos conscientes. Y ese es el trabajo y la misión de Amor Integral del ser humano, al haber nacido como un puente entre su Yo Mayor, el Espíritu Superconsciente, y Su Propia materia animal inconsciente, la piedra que hay que pulir. Pero tenemos que llegar, por Nosotros Mismos, a un mínimo de nivel de expansión de Nuestras frecuencias de Consciencia, para poder empezar a servir al Todo, dentro de la Dinámica Cósmica, desempeñando funciones tan discretas como delicadas.
Hay, pues, que prepararse, ensayar, entrenarse, superarse. Superar continuamente las propias perfecciones, ese es el Juego Divino. Es más que el Juego de la Excelencia... es el de la Perfecta Omnipotencia, viva y móvil, dominando cualquier conflicto, armonizando todo su espacio, albergando y dominando en él las infinitas escalas de Sí Misma sintéticamente, es decir, por la alquimia de la temperanza, de la conciliación de opuestos, de la aceptación y asimilación de cuanto es oscuro, por medio de la luz del Amor.

...¿Y qué es lo que produce la ingestión de Ayahuasca? ¿Has oído hablar de un sistema antiecológico y brutal de pesca que consiste en hacer estallar dinamita en un río? La onda expansiva mata o conmociona a todos los peces que se encuentran en su radio, sean adultos o crías, grandes o pequeños, de superficie o de profundidad, y los hace ascender; entonces quedan flotando inmóviles sobre el agua, a merced del pescador, que va recogiendo los más grandes sin preocuparse por haber vaciado de vida a todo aquel pedazo de río. Algunos indios amazónicos usan, para lo mismo, unas hierbas, barbasco, con las que envenenan las aguas, pero que, por fortuna, no tienen más que un efecto temporalmente paralizante sobre los peces. Después de que los pescadores se llevaron los más gordos, todos los demás van reviviendo poco a poco y la vida continúa.
Pues bien, la Ayahuasca se sentía a menudo, en verdad, como un cartucho de dinamita arrojado al interior de nuestro pozo subconsciente: tras una arrebatadora explosión caótica de nuestros fosilizados esquemas y bloqueos, todos los contenidos de la psiquis profunda, sublimes o monstruosos, limpios o sucios, personales o agregados, angélicos o demoníacos, traspasaban los umbrales de su noqueado guardián, el ego racional, sin posibles interferencias, y se presentaban en la superficie de la consciencia, ante nuestra pantalla mental en el tercer ojo, clarísimos, en toda su magnificencia, o evidentes en toda su repugnante vileza.
Como nuestra consciencia está acostumbrada a sólo considerar su "Buena Imagen", su primera reacción emocional -en un estado hipersensible- era de horror, pavor y verguenza ante la contemplación desnuda de toda su bajeza, que, como un cáncer devorador, la estaba vampirizando y corrompiendo interiormente.
La remoción psicológica iba acompañada de una remoción somática y el brebaje, si no provocaba náuseas y vómitos al ingerirlo, (por causa de su acre sabor a resina de árbol), acababa por producirlos más tarde, lo cual era bien positivo, ya que actuaba a modo de purgante y hacía salir la porquería física acumulada en el cuerpo tanto como la mental, y cuando uno se aliviaba de ambas le invadía un profundo bienestar, en el que podían acontecer las visiones más lúcidas y gratificantes; cargadas, además, de sabiduría y comunicación (o, mejor aún, comunión), con nuestro Todo Cósmico.
Cuando la vibración energética se elevaba tanto y a tal progresiva velocidad que nuestro emocional se volvía un caos, la manera en que descubrí que podía reordenar mi mente y salvarla del pánico, -pero cada cual que busque la suya- era hacer controladamente más lenta y más profunda mi respiración; no permitir al pensamiento que divague, sino mantenerlo en mi aquí y ahora más alto; permanecer atento a lo que mi interior tenía para aconsejarme, prestando atención a los himnos; o centrarme en el tercer ojo o en la cruz de dos brazos que presidía la mesa; o rezar con fervor un Padrenuestro o un Avemaría, o cualquiera de los más conocidos mantrams hindúes o tibetanos, que eran entrañables para mí hacía tiempo.
Estos símbolos u oraciones se veían en mi trance como energías luminosas espirales de fortísimo poder centralizador, que convertían el caos en un mandala de imágenes, por fin coherentes, obligadas por mi invocación a estructurarse caleidoscopicamente y a girar en torno al más sólido, ordenador e ilimitado concepto de la mente humana: Dios.
Dios invisible, Dios insondable, Dios indescriptible. Mas hélo ahí, aquí, en toda parte: El Ser.
El Ser luminoso y amoroso.
Ahí y aquí y en todo. Nuestro Ser.

Innúmeras veces di gracias a la Vida por haber llegado a aquella Aldea de Magos mínimamente preparado por el Yoga, por mis lecturas, por los Maestros que había conocido y por mi propia autoformación en el sentido crítico y la libertad individual; de lo contrario bien hubiera podido quedarme enganchado en el fascinio pasivo de aquel Poder durante muchos años, como tantos que conocí. Aquella preparación previa hizo también que, desde el principio, pudiese aprovechar muy bien todo el potencial transformador que tenía aquel explosivo despertador de consciencia que era el Daime, y que recibiera un buen trato y grandes dádivas del Maestro Juramidán, lo que movió la competencia de algunos de mis compañeros hacia la arrogante fortuna de aquel extranjero recién llegado.
Había también una enorme diferencia entre compartir la sesión con personas de una cierta evolución espiritual o con aquellos que todavía estaban prendidos al sufrimiento, el miedo y la baja autoestima: un espíritu bien firme y creador que empieza a "mirar" en la rueda chamánica, puede facilitar la ascensión de todo el grupo hacia dimensiones de extraordinaria luminosidad, donde se puede contactar con entidades de maestría ilimitada que nos enriquecerán con sus inspiraciones; de la misma manera, un bajo astral general puede convertir una sesión en un tormento ...Por eso, un buen comandante de sesión debe ser, ante todo, un impecable y eguilibrado canal que sostiene para todos con total calma y firmeza su propio puente, tendido hacia la Fuente de La Fuerza Que Todo Lo Armoniza.
En cierto modo, la principal aventura interna que la ingestión sacramental de Ayahuasca facilita, consiste en arrojarse voluntariamente a la locura, a la rotura de nuestros esquemas prefabricados y falsos de aparente estabilidad anímica y "normalidad" convencional, y luego mantener el valor, impecablemente afirmados en nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestro Dios Interior, durante la vertiginosa caída a los infiernos subconscientes, mientras tratamos de crear o recrear -con toda la velocidad de nuestro ingenio-, una imagen mental sólida, inmutable, una representación, un símbolo, que haga de centro de Consciencia Sagrada en medio del caos, el cual es, en verdad, Nuestro Propio Centro... hasta que la componemos, o surge sola.
  ...Y entonces la locura, ordenada, armonizada, acalmada como una serpiente que se enrolla mansamente en torno al pilar básico del trono divinal de la Armonía Misma, se transmuta en genialidad, en comprensión lúcida más allá de cualquier esquema explicativo, en emocionado conocimiento directo, experiencial, profundo, que nos pone en éxtasis ante los tesoros del autodescubrimiento.